lunes, 14 de abril de 2014

Un rayo de luz.

   Sara llevaba una vida tranquila, muy organizada y algo monótona. Una mañana abrió la ventana y un rayo de sol iluminó toda la casa. Parecía una luz sobrenatural. Por un momento Sara quedó como abstraída. . Desde ese día, todo su empeño fué tratar de conservar esa luz. Mantuvo las cortinas abiertas y las persianas subidas para aprovechar al máximo esa luz. Llenó la casa de plantas, que crecían por momentos. Se compró un canario que cantaba desde que amanecía hasta el ocaso.
   A veces, si estaba nublado uno o dos días, Sara se entristecía, pero sabía que el sol seguía tras esas nubes, y al cabo de unos días volvería a tener ese sol radiante iluminando su casa. Esa luz era la energía más positiva que jamás había sentido.
   Pero un día, todo amaneció oscuro, como entre tinieblas, Sara recordó aquel eclipse de sol, esa luz cetrina, pobre, como de otro planeta.
   Esperó varios días, pero su rayo no aparecía. Las plantas empezaron a marchitarse, su canario dejó de cantar. Sara palidecía, parecía enferma. Bajó las persianas y cerró las cortinas.
   Por la noche salió a la calle, miró al cielo, y vió la luna. Parecía sonreírle, era Agosto. De pronto una estrella cruzó el firmamento de un lado a otro, era una perseida, una lágrima de San Lorenzo que suelen verse en estos días. Pidió un deseo. A lo lejos vió un resplandor, como una explosión, Sara corrió creyendo que vería la estrella..., pero no había nada. Miró otra vez a la luna... mientras siguiera existiendo, ese sería su consuelo.

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