Mientras realiza su particular función, algo llama su atención, en frente, sentados en un banco, hay una pareja con un perro, algo le parece familiar..., el chico lleva gafas de sol, pero le resulta conocido. La gente aplaude y deja sus monedas en el sombrero. Santiago se acerca entonces al banco, sonríe a la pareja, ese chico..., llevaba al cuello un pañuelo azul descolorido.
-Hola, dijo Santiago, recordando ya aquel viejo pañuelo. Buscó en su bolsillo una manzana, la frotó en su brazo, sacándole brillo, y se la ofreció a la chica.
-Volvemos a encontrarnos, el mundo es un pañuelo.
-Es un buen amigo, al que hacía tiempo que no veía.
-Mucho gusto - dijo la chica - y gracias por la manzana. Pero tengo que irme ya.
La chica se levantó, dió un beso a ambos y se alejó dejando solos a los chicos.
Charlaron poco tiempo, eran de pocas palabras, y ya era tarde. El chico recogió un bastón que tenía bajo el banco, agarró al perro y se puso de pié.
-Debo irme.
Abrazó a Santiago y se alejó lento. El perro guía sabía el camino de regreso a casa. El era sus ojos.
Santiago le miró confuso, los ojos brillantes, su amigo se alejó... una vez más olvidó preguntarle su nombre. Un corrillo de niños le rodeó, y vuelto a la realidad, Santiago volvió a hacer su función una vez más, dispuesto a hacer reír o llorar a su público.
No hay comentarios:
Publicar un comentario