Una vez más, entre el desánimo de la monotonía, el cansancio que me abate, la realidad que me aleja de la fantasía... cada día más. Esas cosas diminutas, que casi nadie aprecia y para mí son un mundo, me sacan una sonrisa y una esperanza. Y siento que lo imposible ya no lo es tanto, que perseverar tiene al fín su recompensa.
No quiero grandes cosas, el detalle más pequeño, solo ese, que te hace sonreir cuando más lo necesitas.
La distancia no existe sino entre quienes quieran crearla. Tan lejos, tan cerca... nuestra mente pone medida a esa distancia, a veces es tan nula que casi sientes la proximidad, oyes sus pasos, hueles su perfume. Con cada pequeña cosa revives de nuevo esa sensación, esa conexión que perdurará siempre.
sábado, 1 de octubre de 2016
Pequeñas cosas
martes, 20 de septiembre de 2016
domingo, 18 de septiembre de 2016
Ciudadela de Melilla
viernes, 26 de agosto de 2016
Ceuta
miércoles, 24 de agosto de 2016
De vez en cuando la vida
martes, 2 de agosto de 2016
viernes, 29 de julio de 2016
Dunas de Maspalomas (Gran Canaria)
jueves, 21 de julio de 2016
La Alhambra de Granada
jueves, 14 de julio de 2016
Mi barrio de Madrid
Me enviaron este vídeo, es tan emotivo que me hizo llorar... ya sé, para entenderlo tendríais que haber vivido allí, el colegio, la piscina, la iglesia, el cine, todos son recuerdos. Gracias a quienes lo hicieron y a mi hermana por enviármelo. Lo comparto por aquí para quien quiera verlo y sentir un poco de lo que yo siento.
miércoles, 13 de julio de 2016
martes, 12 de julio de 2016
Las casas colgadas. Cuenca
domingo, 10 de julio de 2016
viernes, 8 de julio de 2016
No es NO
lunes, 27 de junio de 2016
Templo de Debod
viernes, 24 de junio de 2016
miércoles, 22 de junio de 2016
A la deriva
Me pierdo,
como barco sin brújula,
en océano turbulento
y negro,
pero puro.
Me pierdo
y no quiero encontrar
el puerto,
huyo de luces engañosas,
de faros que parpadean
a lo lejos.
Me pierdo
entre estrellas y silencios,
cierro los ojos y siento,
olor a mar
y el viento.
domingo, 19 de junio de 2016
Mérida
jueves, 2 de junio de 2016
Acueducto de Segovia
martes, 31 de mayo de 2016
El clavel negro
Se miró al espejo y dejó caer una tras otra todas sus máscaras. El suelo se cubrió de rostros inexpresivos de distintos colores. Se miró de nuevo y tocó su cara para comprobar que era de piel, no de látex. No se reconocía... demasiado tiempo ocultándose. Sintió algo de miedo. Se agachó y tomó una de las máscaras, se la colocó de nuevo y sintió alivio.
Lo encontré tirado en la calle. Estaba viejo, apenas un tallo amarillento, pero con raiz. Miré hacia arriba. De una terraza colgaba gran cantidad de claveles rojos, brillantes, los quise contar y perdí la cuenta. Me fuí a casa y planté aquel tallo con la esperanza de poder tener algún día tan bellos claveles. Lo puse en una jardinera grande, para que pudiera desarrollarse bien y lo fuí regando a diario. Paulatinamente el tono se tornó verde oscuro y comenzaron a brotar nuevos tallos. De uno de ellos, del más grande, comenzó a apreciarse un pequeño capullo. ¡No podía creerme que fuera a florecer tan pronto!
La espera fué larga, pues el capullo crecía muy lentamente y yo tenía muchas ganas de ver aquel primer clavel rojo brillante.
Una mañana, al acercarme como todos los días a la jardinera, ví con asombro una flor de pétalos negros. Deslicé mi mano a lo largo del tallo para comprobar que éste pertenecía a los claveles. Efectivamente, era un clavel de color negro. No podría describir mi reacción, estaba decepcionada y a la vez me sentía privilegiada por tener un ejemplar único.
Ese fué el único clavel que floreció el primer año. Cuando empezó a marchitarse, le quité uno de sus pétalos y lo metí dentro de un libro. Suelo hacer eso con las flores que me gustan, es una manera de perpetuarlas.
Al año siguiente, la planta creció con más fuerza y pronto se llenó de flores negras. Solía sentarme un rato junto a la jardinera y pasar mi mano sobre los claveles, parecían transmitirme energía. A mediados del verano, una mañana, al regar los claveles ví en el centro una flor roja. Parecía diferente a las otras y no solo por el color. Me acerqué para tocarla y me pinché con las espinas de su tallo. ¡Era una rosa!. Sorprendida seguí la trayectoria de ese tallo, con cuidado de no volver a pincharme, y descubrí que estaba unido al tronco principal de los claveles. No era un rosal aparte.
En los días sucesivos, el rosal fué ganando terreno a los claveles, cada vez había más rosas rojas que claveles negros. Se diría que la planta mutaba por momentos, hasta tal punto, que al final del verano se había transformado enteramente en rosal. Ya no quedaba ninguna hoja de clavel, ni ninguna flor negra.
En el mes de Enero podé el rosal, como todos los demás. Después lo saqué de la jardinera y lo prasplanté junto a la puerta, allí crecería mejor, a la vez que sus flores lucirían más.
A la siguiente primavera, el rosal empezó a retoñar de nuevo. Pronto se llenó de nuevos tallos verdes y fuertes, parecía que la nueva ubicación le había favorecido. En poco tiempo se cubrió de rosas rojas, y nuevos tallos, que yo iba guiando alrededor de la puerta, formando un arco de olorosas flores. Nunca había visto crecer tan rápido un rosal. Estaba tremendamente feliz.
Pero había algo que extrañaba. Entré en casa y busqué un libro de la biblioteca. Abrí sus páginas por el centro y con cuidado, saqué un pétalo negro. Era todo cuanto me quedaba de aquella extraña planta que se transformó en mi rosal preferido. Lo toqué con extrema suavidad, cuidando de no romperlo. Necesitaba sentir aquella energía de nuevo, cerré los ojos y respiré profundo. Luego volví a meter el pétalo en el libro y lo devolví a su sitio.
domingo, 22 de mayo de 2016
La Manga del Mar Menor
lunes, 16 de mayo de 2016
La espera
Vuelas tan alto que apenas alcanzo a ver una leve silueta sobre el sol. Y yo, con mis alas rotas, con mis patas doloridas, aquí abajo solo puedo rascar la tierra lentamente, y recostarme en el hueco que voy construyendo dia a dia, mientras miro al cielo y te siento tan lejos que tengo miedo por primera vez de perderte en el horizonte.
Y el hueco que construyo, cada día es más profundo, más cómodo, no siento miedo, solo espero...
martes, 3 de mayo de 2016
Estrellas
No vengo a consolarte, ni a decirte nada. Solo a sentarme a tu lado en silencio y contemplar las estrellas. Y a abrazarte si lo necesitas. A sentir ese dolor que transmite tu abrazo y transformarlo poco a poco en serenidad y calma. Y si existe ese instante en que nuestras miradas se crucen, dejar fluir nuestras lágrimas sin miedo, sin vergüenza, vaciar la pena compartida y después, siempre en silencio, con respeto, me iré. Pero no estoy lejos, amiga, la distancia es siempre corta, mi alma vuela donde mi cuerpo no puede llegar.
Y si me lo permites, hoy sí te daría un beso.
domingo, 1 de mayo de 2016
Mamá
Si supiera, si fuera capaz de escribir... si hubiera aprendido a lo largo de mi vida a expresar el sentimiento más grande que tengo. Y si esa vida no hubiera arrebatado la tuya tan pronto... quizás entonces podría reconciliarme con la vida.
Quería dedicarte algo para el día de la madre... pero ya ves... lo siento, tu ausencia sigue doliendo. Y el tiempo atenúa pero no cura.
Yo también soy madre. Te habría gustado ver crecer a tu nieta y llevarla a la playa. Así no habría tenido tanto miedo al agua. La apunté a clases de natación...
A veces he soñado contigo, menos de lo que quisiera. Álgo mío se fué tras de tí. Perdona si no cumplí tu último deseo... cerrar tus ojos...pero yo no estaba contigo, nunca me lo perdonaré.
No quiero seguir... quería dedicarte algo alegre, como tú fuiste siempre. Mamá, mi mamá.
jueves, 28 de abril de 2016
Calpe. Peñón de Ifach
miércoles, 27 de abril de 2016
Mallorca
sábado, 23 de abril de 2016
Se puede amar. Pablo Alborán
Pablo Alborán nos sorprende con el adelanto de su nuevo disco.
martes, 19 de abril de 2016
Parque Natural del Delta del Ebro
lunes, 4 de abril de 2016
Manolo Tena
sábado, 2 de abril de 2016
Día internacional del cuento infantil
Javier Fernández
Hay deportes que no mueven masas, pero que hay que tener en cuenta. Es el caso del patinaje artístico sobre hielo. Javier Fernández demostró ayer su superioridad, ganando el campeonato del mundo por segundo año consecutivo. ¡Felicidades campeón! ¡Y ahora a por las medallas olímpicas!.
lunes, 28 de marzo de 2016
Irene Villa
Irene Villa deja tiritando a Pablo Iglesias al recordarle uno a uno el nombre de los niños asesinados por ETA
EN UNA COLUMNA DE ‘LA RAZÓN’
“Que quien defiende lo indefendible esté entre quienes aspiran a gobernarnos, como mínimo, abruma”
Irene Villa le ha recordado a Pablo Iglesias la extensa lista de nombres de niños asesinados por ETA en una columna publicada en ‘La Razón’ que lleva por título ‘Abruma’.
Villa, que perdió las dos piernas precisamente en un atentado de la banda terrorista cuando tenía 13 años le ha recordado a los líderes que han justificado, de una manera u otra, a los titiriteros que ensalzaron a los etarras en una obra para niños, los nombres de todos y cada uno de los menores que fueron asesinados por ETA.
Aunque no le cita, hay una frase que va directamente a Iglesias:
Que haya quien defienda lo indefendible es de denunciar y rechazar, pero que ese alguien esté tan presente y protagonista entre quienes aspiran a gobernarnos, como mínimo, abruma. Para esos que ven libertad de expresión en hacer alabanzas a ETA, hay que recordarles la extensa lista de niños asesinados.
Añade Irene Villa en ‘La Razón’:
Pensé que nadie podría justificar aquello y que por fin se alzaría la voz al unísono frente a esos que defienden el odio, el enfrentamiento, el victimismo… y que llevan el resentimiento y las armas como bandera porque son antisistema, enfadados con el mundo, por lo que jamás tendrán la capacidad de ver el amor como un puente, principio y final de todo.
Tras nombrar uno a uno los nombres de los niños asesinados, finaliza así:
Por su memoria, y la de miles de hombres y mujeres asesinados por terroristas que algunos alaban con el beneplácito de quienes están en las instituciones, pedimos que jamás la exaltación del terrorismo sea comprendida y justificada como libertad de expresión. Porque lo siguiente será llevarlo a cabo.
Artículo extraído de aldeaviral.com
jueves, 24 de marzo de 2016
Monasterio de Piedra
domingo, 20 de marzo de 2016
Amuleto
Introduje la llave en el ojo de la cerradura e intenté girarla. La moví a ambos lados, pero se resistía a abrir. El óxido en su interior hacía chirriar la cerradura. Al segundo intento la llave cedió hacia la izquierda, y la puerta se abrió.
Dentro estaba todo oscuro, sentí una mezcla de miedo y deseos de explorar el interior de aquel lugar. Parecía abandonado, olía a cerrado, casi costaba respirar. El suelo estaba lleno de juguetes, puzzles viejos, restos de actividades pasadas, de vivencias, se diría que el tiempo se detuvo allí por algún motivo y todo quedó abandonado...
Caminé con cuidado en la oscuridad con miedo a tropezar con algo, pero con seguridad, como si me conociera el sitio como la palma de mi mano. Al fondo ví una luz tenue que me hizo avanzar más deprisa. A medida que me acercaba, escuché una música que era cada vez más audible hasta que llegué a la luz, que resultó ser la rendija de una puerta entreabierta. Acerqué un ojo al tímido resplandor y miré hacia el otro lado. Ví el interior de una habitación, la cama estaba deshecha. Dentro, tras un libro, se adivinaba la silueta de una persona. Un gato dormía a sus pies hecho un ovillo. Observé la estancia con precaución de no hacer ruido. Casi sin respirar. Escuchaba latir mi corazón con temor, pensando que también podría escucharlo aquella persona. Y latía deprisa, descontrolado.
El gato se despertó y tras desperezarse caminó por encima de las sábanas hasta llegar a la almohada. Entonces las manos que sujetaban el libro descendieron y pude ver el rostro de un muchacho joven que miró al minino con cariño dedicándole una sonrisa. El gato le devolvió el saludo a su manera, se colocó sobre su pecho y después de lamerle la mejilla con ahinco, le mordisqueó la oreja. Luego se quedó mirando fíjamente la puerta, y después de maullar, se tiró al suelo.
Retiré el ojo de la puerta y retrocedí varios pasos. El gato me había descubierto y sólo se me ocurrió huir.
Me alejé deprisa, volviendo la cabeza de vez en cuando por si el gato me seguía, afortunadamente no lo hizo, por lo que aminoré el paso y descansé. Me senté en una silla que estaba junto a una pequeña mesa, sobre ella había varios objetos que no podía apreciar bien en la oscuridad. Al tacto sentí que uno de ellos era una linterna, no podía ser verdad, pensé que las pilas estarían gastadas, era demasiada casualidad y demasiado bonito que aquella linterna estuviera allí, como esperando que la encontrara. Apreté el botón de encendido y un haz de luz iluminó los demás objetos de la mesa. Me llamó la atención una nariz roja, como de payaso. La tomé en mis manos y sentí una extraña sensación de paz. La nariz estaba cubierta de polvo, que al soplar me hizo estornudar. Cerré los ojos y sonreí, luego le saqué brillo con el codo. Tuve tentaciones de llevármela pero volví a dejarla sobre la mesa. También había un dibujo de un extraño animal, como una serpiente que se mordía la cola.
Sentí que algo corría entre mis piernas, pensé en la serpiente y de un salto me puse sobre la silla. Vi pasar un perro caniche negro corriendo con una media en la boca, al pasar bajo la silla, tiró una caja de la que salieron montones de pequeñas anillas, algunas estaban engarzadas, parecía una cota de malla, de aquellas que usaban en la Edad Media para protegerse. Volví a colocar las anillas en la caja y tomé la linterna.
Continué por un pasillo, ahora más tranquila gracias a la luz que me hacía sentir más segura, si bien, cada vez se iba debilitando, por lo que pensé que debía darme la vuelta pronto. Enfoqué aquel pasillo que parecía no tener fin. Unos metros delante, en la pared vi algo, no se apreciaba bien qué era, me acerqué más y ví una huella de una mano en la pared, parecía estar hecha con sangre, era de un color rojo oscuro, aunque no parecía ser reciente. Sentí una presencia tras de mí, al mismo tiempo que la linterna cayó de mi mano al suelo, apagándose definitivamente. Y luego el filo, sentí el filo cortante de un cuchillo en mi garganta, junto a una respiración al lado de mi oído. Intenté correr, pero al moverme el cuchillo se hundía más en mi cuello. Noté la sangre caliente resbalar como un hilillo hacia mi pecho. No sé cuanto tiempo permanecí allí inmóvil, sin ni siquiera un mínimo de valor para defenderme, como resignada a morir. La presión del cuchillo cedió, y al sentirme libre de ella, caminé hacia delante despacio, sin mirar atrás, a la vez que me llevaba la mano al cuello y tocaba la sangre que poco a poco iba coagulando.
Aturdida y desorientada en la oscuridad, llegué de nuevo a la habitación entreabierta, lo que me hizo, en cierto modo, tranquilizar. Al menos era el camino de salida. Volví a mirar por la rendija y esta vez la habitación parecía estar vacía. No ví al muchacho en la cama. Abrí un poco más la puerta. En una percha estaba colgado un traje de artes marciales. En una esquina estaba el escritorio, de un salto, el gato subió al teclado del ordenador, me tapé la boca para no reirme. El gato jugaba con un llavero mientras sonaba de fondo la música de Pablo Alborán, "Y tú, y tú, y solamente tú, haces que mi alma se despierte con tu luz..."
Con la sonrisa aún en los labios, seguí retrocediendo buscando la salida. A pocos metros de la entrada, sentí cómo un fuerte temblor ascendía a lo largo de mi cuerpo, todo se movía, mis pies se enredaron en algo que parecía ser un colgante, lo recogí y corrí todo lo deprisa que pude mientras alrededor todo se derrumbaba. Llegué a la puerta sin aliento y tras traspasarla, todo se vino abajo. Solo había polvo y escombros.
Entonces pude contemplar el colgante que seguía en mi mano, lo único que se salvó de ahí dentro. Era una hoja verde y maltrecha que alguien había perdido en aquel pasillo, y que ahora para mí era como un amuleto que me ayudó a salir con vida de aquel derrumbe, un talismán que jamás me quitaría de mi cuello.
Aturdida, caminé sin rumbo y al volver la vista atrás, a lo lejos y entre las ruinas, ví una niña caminando entre las piedras. Levantó los ojos y me miró fijamente. La miré pero no pude aguantar aquella mirada, me dí la vuelta y seguí caminando sin volver la vista atrás.
viernes, 18 de marzo de 2016
Ezcaray
miércoles, 16 de marzo de 2016
Concierto de Aranjuez
lunes, 14 de marzo de 2016
Palacio de Olite
sábado, 5 de marzo de 2016
San Sebastián
martes, 1 de marzo de 2016
Cueva de Altamira
Lagos de Covadonga
martes, 23 de febrero de 2016
Islas Cíes
miércoles, 3 de febrero de 2016
Por fín
Giré el timón
hacia la luz,
dejé atrás
el fétido olor
de la oscuridad,
el sol me saludó
entre nubes
y me abrió
sus brazos.
Descubrí
amaneceres
donde antes
solo había
ocasos,
y sentí
el aire fresco
en mi cara,
por fín.
sábado, 23 de enero de 2016
Sarcófago (y 2)
Se despertó al escuchar una sirena, era un sonido lejano que cada vez oía más cerca. Abrió los ojos y se asustó al verse dentro de una ambulancia que iba a toda velocidad.
- ¿La niña?, ¿cómo está la niña? - alcanzó a decir-.
-¿Qué niña? - contestó el médico que le acompañaba.
- ¡La niña, la niña! - gritó Pablo desesperado, agitando los brazos y arrancándose la vía que le habían colocado con el suero -.
- Cálmese, o tendremos que ponerle un tranquilizante, ya casi llegamos al hospital.
Pero Pablo no podía estarse quieto, gritaba y gritaba sin parar, y tras sufrir una crisis nerviosa, el médico optó por sedarle.
Se despertó ya en el hospital, una enfermera se acercó para extraerle sangre y tomarle la presión arterial.
- ¿Cómo te encuentras?
Pablo estaba desorientado, no sabía qué decir.
- ¿Cómo está la niña? ¿Se salvó del incendio?
- ¿Qué niña? ¿Qué incendio?
- Pero...¿por qué estoy aquí? ¡Hubo un incendio! ¡Yo mismo tomé a la niña entre mis brazos! y no recuerdo más... debí desmayarme por el humo.
- No, no..., te desmayaste en el interior de un banco, posiblemente por un golpe de calor, te vamos a hacer unas pruebas para descartar otras causas, pero seguramente te darán el alta.
- Pe...pero..., recuerdo el calor... entré al banco sí...
Pablo quedó pensativo y contrariado, no podía creer que todo hubiera sido un sueño, recordaba todos los detalles, y a aquella niña de ojos verdes con sus bracitos quemados.
La analítica no detectó ninguna anomalía, y todas las pruebas eras normales, no obstante, los médicos decidieron dejarle veinticuatro horas en observación, dado que había perdido la consciencia y sufrido una crisis nerviosa.
Al día siguiente, su amigo Fran fué a verle al hospital, esperando que le dieran el alta.
- ¡Felicidades Fran! - dijo Pablo - no te compré nada, lo siento...
- Es igual, vengo a llevarte a casa cuando te dén el alta.
El médico apareció a media mañana con unos papeles en la mano.
- Pablo, voy a darte el alta, todo está correcto, no obstante si notas mareos o dolor de cabeza ve a tu médico. Aquí tienes el informe, no hemos encontrado ninguna anomalía, posiblemente sufriste un golpe de calor. Procura no salir a la calle durante las horas centrales del día y bebe mucha agua.
Pablo se vistió y salió del hospital junto a su amigo. Subieron al coche de Fran.
- Esta tarde celebro mi cumpleaños en casa, espero que vengas...
Fran hablaba y hablaba. Pablo no escuchaba nada, estaba sumido en sus pensamientos. Al fin llegaron a casa de Pablo, Fran paró el coche y al sentir el frenazo, Pablo volvió a la realidad.
- ¡Hasta la tarde, Pablo!-dijo Fran-
- Adiós...
Por la tarde, Pablo fué a casa de Fran, estuvo un rato, pero dijo sentirse cansado y se fué. La realidad era que no tenía muchas ganas de fiesta, algo le inquietaba, aquel sueño tan real, el bar, el incendio, la nlña... no podía quitárselo de la cabeza. Esa noche, no quería quedarse dormido, por miedo a volver a soñar lo mismo. Buscó algo de música para escuchar, "Las cuatro estaciones" de Vivaldi le pareció bien, después tomó un libro de su estantería y, con la música de fondo, se enfrascó en la lectura.
A la mañana siguiente se despertó en el sofá, el libro había caído al suelo, le dolía la espalda, pero estaba aliviado porque su sueño no se había repetido.
Se metió en la ducha y después se preparó un café. Tenía hambre, pero no encontró nada para acompañar el café. Salió temprano a la calle, quería evitar las horas de más calor. Su paso era ligero. Al pasar por delante de la panadería sintió un olor a bollería que le volvió a abrir el apetito. Sin dudarlo entró a comprarse un croissant recién horneado. Sacó unas monedas del bolsillo para pagar y se quedó paralizado. Entre sus monedas de euro, había varias pesetas ajadas y viejas. Tomó un euro y luego que hubo pagado, salió de la panadería.
¿Cómo habían llegado aquellas monedas a su bolsillo? Mientras se hacía esa pregunta una y otra vez, sus pasos le llevaron a la puerta del banco. En el cajero había un cartel : "No funciona, disculpen las molestias".
Pablo dudó antes de entrar. Miró al interior a través del cristal y vió que todo estaba en orden. Había poca gente a esa hora. Llamó al timbre y empujó la puerta. Volvió a mirar dentro antes de atravesar el umbral. Después de entrar, la puerta se cerró y Pablo hizo un ademán de escapar que, finalmente controló. Se acercó a la ventanilla, solo había dos personas delante de él. El director salió de su oficina y fué a saludarle.
- ¿Cómo estás Pablo? ¡Vaya susto nos diste ayer!
- Bien, bien, solo fué un golpe de calor...
- Me alegro, si necesitas algo estoy en la oficina-dijo estrechándole la mano-.
- Gracias.
La mujer que tenía delante se acercó a la ventanilla, el próximo sería su turno. No había tenido que esperar mucho. La música de fondo hacía más agradable la espera. Escuchó los primeros acordes del tema que empezaba a sonar y se le puso el pelo de punta.
"My sweet lord, oh my lord..."
Comenzó a tararear la canción como si se la supiera de toda la vida.
"I really want to see you
Really want to be with you..."
¿ Era una casualidad? Las monedas, la música, todo formaba parte de una realidad que solo él veía.
La mujer se dió la vuelta para dirigirse a la puerta. Sus ojos se clavaron en los de Pablo. Eran verde claro y entre ellos sobresalía un lunar que le daba un atractivo especial. A su vez, los ojos de Pablo contemplaron ese rostro que le resultaba familiar. Tan familiar que no podía mover un músculo de su cuerpo, tal era su estado de incredulidad y miedo.
La mujer pasó por su lado sin quitarle la vista y tarareando también:
"Aleluyah, Aleluyah..."
Atravesó el recinto del banco y llegó a la puerta de salida, Pablo se volvió, sus ojos buscaban respuestas. La mujer levantó los brazos como despidiéndose, tenía cicatrices que se veían antiguas, sonrió a Pablo y salió a la calle.
El empleado del banco llamó insistentemente al chico, pues ya era su turno, desconcertado se acercó.
- Quiero cien euros.
Por la cristalera del banco siguió la mirada a la mujer hasta que desapareció de su vista.
Pablo recogió su dinero y salió del banco. Sintió que el miedo y la incredulidad poco a poco se iban transformando en una alegría que nunca antes había sentido, le invadió una paz y una serenidad que sabia que no podía compartir con nadie, porque nadie podría creer que había retrocedido en el tiempo, y si bien no había cambiado el rumbo de la historia, al menos sí estaba seguro de haber cambiado el destino de una niña.
jueves, 14 de enero de 2016
Sarcófago
El calor era insoportable ese día de verano. La temperatura rondaba los treinta y siete grados a las doce de la mañana. Pablo se apresuró al Banco, introdujo la tarjeta en el cajero automático, necesitaba dinero para comprar un regalo a su amigo Fran, su cumpleaños era al día siguiente.
El cajero no funcionaba. Pablo recogió la tarjeta y con el ceño fruncido llamó al timbre del Banco. Empujó la puerta y sintió un frescor reconfortante que le alivió por un momento, haciéndole olvidar la contrariedad de la avería del cajero y dispuesto a hacer cola hasta llegar a la ventanilla.
Cuando la puerta se cerró tras de sí, Pablo miró extrañado al frente, no había ventanilla al fondo, ni gente guardando cola. Todo estaba desierto, sus ojos se clavaron en un extraño ataud apoyado en una pared. A la izquierda había una polvorienta barra de bar. Pablo pasó el dedo sobre ella y arrastró el polvo consigo. Al final de la barra había una de esas antiguas máquinas de discos que funcionaban con monedas. Pablo intentó introducir un euro, pero la ranura era pequeña, hizo lo mismo con otras monedas de céntimos pero ninguna valía. La caja registradora estaba vacía, detrás de la barra, junto a unas botellas deslucidas, estaba el bote de las propinas, Pablo lo agitó y las monedas tintinearon dentro. Volcó el bote en su mano y cayeron varias monedas de ¡peseta!. Creía estar soñando, volvió a la máquina, introdujo una moneda y eligió una canción. Todas le parecían desconocias. Pulsó la C5, correspondía a "My sweet lord" de George Harrison.
"My sweet lord... oh my lord"
"I really want to see you
Really want to be with you
Really want to see you lord
But it takes so long, my lord"
"Aleluyah, Aleluyah..."
Mientras sonaba la música, Pablo continuó explorando el solitario bar. También había una máquina de pimball, de esas que anteriormente solo había visto en películas antiguas. Echó otra moneda y jugó una partida.
La máquina sonaba mientras se iluminaban las luces y sumaba puntos. Sus ojos se apartaron un momento del juego para observar de nuevo el ataud de la entrada. Realmente era un sarcófago. La mirada de Pablo se perdió más allá de toda imagen. Recordó algo que siempre contaba su madre.
En el barrio había un bar que se llamaba "Casa Cristóbal", donde se reunían los jóvenes, sobre todo los domingos. No se sabe por qué, pero empezaron a llamar al bar Sarcófago, por lo que Cristóbal decidió cambiarle el nombre y mandó tallar un sarcófago de madera que luego los muchachos pintaron de color dorado.
Un día, allá a principio de los años setenta, hubo un terrible incendio, que al parecer, se inició en la cocina. La hija del propietario, una niñita de tan solo dos años de edad, quedó atrapada y murió con múltiples quemaduras y axfisiada por el humo. Desde entonces el bar permaneció cerrado durante varios años hasta que una entidad bancaria se instaló allí.
Pablo se aproximó al sarcófago y lo tocó como acariciándolo. Era lo único que brillaba allí, como si fuera capaz de repeler el polvo.
Paró la música y Pablo creyó escuchar un débil llanto. Sintió que le costaba respirar, veía todo borroso. Avanzó hacia una puerta de donde parecía proceder el llanto. Al abrirla sintió abrasarse la cara. Todo estaba en llamas. Ahora podía escucharlo más alto, sin duda, era un niño llorando, pero no podía verlo por la cantidad de humo acumulado. Pablo tiró de un mantel que había sobre una mesa, luego lo empapó de agua, se lo puso entre la nariz y la boca y se adentró a la cocina en llamas. Al fondo, en un rincón encontró a una niña aterrorizada, las mangas de su chaqueta ardían. Apenas pudo ver su carita, aunque sí le llamaron la atención sus ojos verde claro y un gran lunar entre ellos. Pablo arrojó el mantel húmedo sobre la niña, la tomó en brazos y, consiguiendo abrir la puerta trasera, salió al patio con la niña.
(Continuará...)