domingo, 26 de octubre de 2014

Tu voz.

   Regálame tu voz
para huir de este silencio,
melodía imaginaria,
susurro del viento
que a veces sopla
cual huracàn,
y a veces gime
como lamento.
   Dame,
comparte palabras y risas,
deja que sea el recuerdo
quien no olvide
cada agudo, cada grave,
déjame al fín escuchar
ese regalo tan grande
que nunca quisiste entregar.

miércoles, 22 de octubre de 2014

Seguir soñando.

Soñaba,
era de día,
que soñaba que
era el día de mi sueño,
y que ese día
ya no era un sueño,
mas, si ya no sueño
con ese día,
¿Cómo conciliar el sueño?

jueves, 16 de octubre de 2014

La casita del árbol. (3).

   Daniel recogió la foto del suelo, antes de devolvérsela a Anna, la contempló con curiosidad. Era una típica foto familiar, una niña abrazando a sus padres.
   - ¿Eres tu?. - preguntó Daniel -.
   Anna hizo un intento de hablar, pero no le salieron las palabras, asintió con la cabeza. Su gesto era de amargura.
   Daniel no quiso preguntar más y devolvió la foto a Anna, que con extremo cuidado volvió a introducirla dentro del libro.
   Anna fué a buscar algo de fruta para ofrecerle, mientras, Daniel observaba todo el interior de la cabaña. En una esquina había una caja grande, como un baúl repleto de ropa de niña y sobre ella, dos pasaportes americanos. Daniel abrió uno de ellos y leyó: Frederic Carter. Miró la foto y el rostro le resultó conocido. Luego abrió el otro pasaporte, como imaginaba era de Anna, en la foto era muy pequeña, como de seis o siete años, ahora calculaba que tendría unos veinte, ¿llevaría allí tanto tiempo?. Daniel esperaba que en cualquier momento su padre aparecería por allí.
   Anna volvió con la fruta, que ofreció a Daniel con una sonrisa. Éste tomó una manzana roja que mordió con gusto.
   - ¿Dónde está tu padre?. Ví los pasaportes... - dijo él -.
   Anna molesta huyó corriendo, descendió del árbol y desapareció entre la maleza. Daniel observaba desde arriba tratando de entender. Viendo que no volvía, salió en su busca, sabía que era inútil llamarla porque ella no podía contestar. La encontró al pie de un acantilado con los ojos llorosos. Casi por inercia la abrazó como entendiendo lo que sentía Anna y lo que necesitaba en ese momento.
   Volvieron despacio a la casita. Anna tomó una libreta del bolsillo de Daniel y su bolígrafo, quería contarle todo...
   En pocas palabras y con escritura infantil, Anna contó su historia, una historia que era toda su vida.
   Daniel no podía creer que en tanto tiempo nadie hubiera pasado por allí. De su cartera sacó un ordenador portátil, Anna observaba con curiosidad, nunca había visto uno tan pequeño.
   - Imposible que funcione aqui - pensó -.
   Daniel tecleó Frederic Carter.
   Al momento aparecieron en la pantalla varias fotos del padre de Anna.
   La joven tuvo un impulso como de abrazar la pantalla, luego sus ojos se cubrieron de nuevo de lágrimas.
   -¡Productor de cine!, claro que me resultaba conocido...
   Luego siguió leyendo toda la historia de su misteriosa desaparición y de la interminable búsqueda de él y su hija que apenas contaba siete años.
   Su madre Jane, dejó el cine y sufrió varias depresiones. En la actualidad vivía recluída el su mansión de Los Angeles en la más absoluta soledad.
   Realmente era un buen artículo para su periódico, pero lo que más le preocupaba era el estado de Anna.
   Envió un mail al periódico, informando de la noticia, y a continuación otro a la policía de Hamilton para que prepararan una ambulancia. Habló con Anna, le dijo que ya era hora de salir de allí. Los dos bajaron del árbol por la desgastada cuerda, y una vez abajo, Daniel tomó algunas fotos de la casa.
   Subieron al bote neumático que les conduciría al yate anclado, y una vez dentro, los dos contemplaron la isla. Anna pensó que sería la última vez que la vería, eso le dió inseguridad, pues no sabía qué le deparaba el destino a partir de ahora.
   En el hospital le hicieron toda clase de pruebas para ver su estado de salud. Tenía carencias alimenticias y falta de algunas vitaminas, pero por lo general se encontraba bastante bien.
   Esa noche no pudo dormir, era raro pero extrañaba su colchoneta de plástico. Al fín cayó rendida casi al amanecer.
   Se despertó muy entrada la mañana. Abrió los ojos y vió un rostro envejecido, pero muy tierno a pesar de su gesto de sufrimiento.
   - Ma....má, ¡mamá!.
   Anna abrazó a su madre, sabiendo que ya no tenía nada que temer.
   Daniel tuvo mucho éxito también con su novela "La casita del árbol", y jamás perdió contacto con Anna, que recuperó su vida y junto a su madre consiguió borrar sus traumas, así como Jane volvió a una vida sociable y feliz junto a Anna.

sábado, 11 de octubre de 2014

La casita del árbol. (2).

   El avión despegó a la hora exacta del aeropuerto de Los Angeles. Fred mostraba a su hija cómo el paisaje se hacía cada vez más pequeño y lejano, hasta desaparecer. Ahora el avión parecía flotar sobre las nubes. La nlña agarraba fuertemente la mano de su padre para sentirse segura. Este viaje era su regalo de cumpleaños. Fred era un conocido productor cinematográfico, pasaba mucho tiempo fuera de casa, le había prometido a Anna un cumpleaños muy especial, sobre todo porque le iba a dedicar todo su tiempo a ella sola.
   La madre de Anna era una mediocre actriz de segunda fila, estaba rodando una película en Europa, por lo que no podía acompañarles.
   El avión llegó a su destino a la hora prevista. Un lujoso coche les estaba esperando para trasladarles al hotel. En el hall les esperaba la directora, que con un gesto hizo entrar un grupo de payasos que tropezaban con sus zapatos al andar. Desde arriba comenzaron a caer globos de colores que pronto dejaron el suelo como un mosaico multicolor.
   La fiesta fuė muy divertida. Todos los niños que se hospedaban en el hotel fueron invitados. Pero para Anna ėsto no era nada especial, estaba acostumbrada a estas cosas, así como a recibir toda clase de regalos. Ella sabía que el mejor regalo vendría después, y que era disfrutar de su padre.
   A la mañana siguiente, Fred alquiló un precioso yate en el que pensaba pasar el resto de las vacaciones junto a Anna. Dejó en el hotel su teléfono móvil, quería dedicar todo el tiempo a su hija sin que nadie les molestase. El tiempo parecía bueno y Fred ya conocía las islas Bermudas, tomó rumbo norte, el primer día quería enseñar a pescar a Anna, y él sabía dónde estaban los mejores bancos de peces.
   El mar estaba en calma, así Anna, con sus siete años recién cumplidos, pescó su primer pez. La sonrisa no le cabía en la cara. Su padre le abrazó y tomó en brazos dándole varias vueltas en el aire. Entre los dos pescaron más que suficiente para comer. A lo lejos el cielo comenzaba a verse de color gris oscuro, por lo que Fred pensó que sería mejor volver a tierra firme.
   La tormenta avanzó rápidamente y pronto la tuvieron encima. Las olas zarandeaban el barco, que quedó a su merced como una insignificante cáscara de nuez. Todo giraba como si estuvieran en el centro mismo de un huracán.
   El yate quedó encayado en unas rocas. Fred tomó a su hija en brazos con la única intención de salir de allí. Llovía tanto que apenas veía por donde pisaba. Se refugiaron en una especie de cueva entre las rocas hasta que amainó la tormenta.
   A la mañana siguiente salió el sol, no había ni rastro de la tormenta, todo estaba en calma, solo el yate permanecía encayado como única prueba de lo acontecido.
Fred acompañó a Anna a la playa y la sentó en la arena para que pudiera secarse al sol, mientras él volvió al barco para ver los daños ocasionados y buscar algo para comer. La maquinaria estaba destrozada y el motor partido en dos..., intentó conectar la radio pero tampoco funcionaba. Lo demás aunque revuelto parecía estar en buenas condiciones. Tomó un brik de leche y un paquete de madalenas y volvió a la playa junto a Anna.
   A pesar de la situación, Fred intentó mantener la calma, por tranquilizar a Anna y porque estaba seguro de que pronto les localizarían. Poco a poco desembarcó toda clase de objetos que quedaron esparcidos por la playa, todo podía serles útil.
   Tomó una rama seca y con ella escribió un SOS todo lo grande que pudo, luego cubrió las letras con los libros de la extensa colección de que disponía el yate, para que pudieran leer mejor su mensaje de socorro desde el aire.
   Pasaron los días, pero no vieron ningún avión sobrevolar la zona en su busca. Fred estaba nervioso y desmoralizado, pero no quería que su hija se diera cuenta y actuaba con naturalidad, como si esa aventura formara parte de las vacaciones.
   En los días sucesivos, Fred dedicó la mayor parte del día a construir una cabaña. Anna siempre quiso tener una casita en un árbol, era el momento de complacerla, y hacer un juego de aquella difícil situación a la que Fred no sabía cómo hacer frente. Su vida siempre había sido fácil y ahora debía demostrar a su hija cómo sobrevivir con la única ayuda de sus propias manos.
   Tardó un tiempo en concluir la casa pero no importaba, porque el tiempo ya no existía, talló a mano cada mueble, con delicadeza como si intuyera que ese sería su último hogar...
   Por último, recogió los libros de la arena, convencido ya de que nadie vendría a rescatarlos, y los fué colocando minuciosamente sobre las estanterías por orden alfabético.
   Anna sentía que aquello ya no era un juego, pero no decía nada, la resignación se apoderó de los dos.
   Fred pasaba horas leyendo libros a Anna e inculcándole a ella el placer por la lectura, quizás algún día ellos publicaran su propia aventura...
   Los días eran casi idénticos, por la mañana solían ir por agua a un arroyo cercano. El agua era transparente, pasaban mucho tiempo allí entre los árboles y la vegetación, la naturaleza les daba casi todo lo que necesitaban.
   Un día, Fred escuchó un ruido lejano, sonaba por encima de los árboles..., el sonido era cada vez más cercano, ¡parecía un helicóptero!. Rápidamente subió por la senda que conducía a lo más alto del acantilado. Sus pies sangraban por las heridas que le hacían las rocas, pero él no sentía dolor. Había una esperanza para salir de allí y no podía desperdiciarla.
   Llegó sin aliento a la cumbre, pero solo pudo ver alejarse el helicóptero que quedó reducido a un punto en el horizonte. Fred cayó hincando sus rodillas en las escarpadas rocas que le cortaron como un puñal, pero no sintió dolor, solo la desesperación de haber perdido la única oportunidad de salir de allí. Sus pies ya no podían sostenerle, se agarró como pudo a las resbaladizas rocas, con la mala suerte de perder el equilibrio. Cayó rodando unos metros hasta quedar al borde del abismo. Miró hacia abajo..., la vista se le nubló...
   Desde abajo Anna observaba. Su padre cayó al vacío, su cuerpo chocó contra las rocas desapareciendo entre las olas.