martes, 1 de diciembre de 2015

Ruinas

   Ingenua de mí, cuanto más me acercaba a la meta, más me alejaba de ella.
   _¿En qué me equivoqué?
-En todo, mi niña, en todo.

miércoles, 28 de octubre de 2015

El monstruo

   Era actor, desde pequeño le gustó el arte dramático y ya en el colegio sobresalió interpretando pequeños papeles en obras de teatro infantil.
   Llevaba años esperando un papel que le encumbrara y le reconociera como actor consagrado. Pero su físico no le acompañaba. No era el clásico tipo guapo y fuerte a quien ofrecen papeles de galán. Había hecho películas de cine y participado en series de televisión, siempre como actor secundario. Pero lo que de verdad le apasionaba era el teatro, el contacto directo con el público.
   Por fín, un día recibió una oferta para protagonizar una obra de teatro. Debía interpretar a un monstruo despiadado, capaz de las peores atrocidades. Aceptó el reto, aunque no le auguraba mucho éxito a la obra. La caracterización le llevaba horas. Nadie diría que dentro de aquel monstruo peludo estaba Sam.
   La obra fué un éxito total. La única frustración de Sam era no poder mostrar su cara, sentía que el protagonista no era él sino el monstruo.
   Tal fué el éxito, que la representación se prolongó por un espacio de dos años, y siempre con lleno absoluto.
   Durante este tiempo, Sam fué sufriendo una transformación paulatina. Se sentía tan a gusto dentro de su personaje que poco a poco se fué identificando con él. Un día, al mirarse al espejo vió sus cejas más pobladas, luego fueron sus manos las que, día a día veía más peludas. Así, cada vez fué necesitando menos maquillaje para su transformación. Incluso su mirada ya no era la misma. Sus ojos eran cada día más inexpresivos, más propios de un animal salvaje que de un ser humano.
   De nuevo frente al espejo, Sam contempló su imagen, sus ojos estaban ahora inyectados en sangre. El monstruo le absorvía sin que él pudiera ni quisiera hacer nada. Sintió un mareo y un fuerte dolor de cabeza que le hizo perder el conocimiento.
   Se despertó sudando. Era de noche. Abrió la puerta y salió fuera, sintió el aire fresco. Respiró hondo. Luego caminó en dirección al parque, su paso era firme, seguro, como si a diario hiciera lo mismo, como si un oscuro ritual de sangre y muerte le estuviera esperando.
   Escondido tras un árbol acechó a  una pareja que se abrazaba en un banco. Miró a su alrededor buscando algo que le sirviera para acabar con ellos. Tomó una piedra enorme y acercándose por detrás, la levantó con ambas manos, golpeando la cabeza del chico repetidas veces, sin darle tiempo a reaccionar. Cayó fulminado mientras la sangre corría en un reguero.
   La chica solo tuvo tiempo de dar un primer grito. Sam le abrió el cráneo de un golpe seco. Los sesos le salpicaron a la cara. Soltó la piedra y huyó aturdido.
   Sam no era muy consciente de lo que había hecho. Al otro día lo recordaba como un sueño, como parte de la representación que hacía a diario.
   En principio ésto fué un hecho aislado que Sam recordaba con una mezcla de remordimiento y satisfacción. Era difícil convivir con esas dos sensaciones tan opuestas, una de las dos sobraba en su vida.
   Tras dos años y medio, por fín llegó la última función. El Teatro Marquina colgó el cartel de "no hay entradas". El lleno era absoluto. Los famosos y gente de a pié se entremezclaban, nadie quería perderse la última representación del terrorífico monstruo Kill.
   Sam estuvo realmente monstruoso en todos los sentidos. Toda la prensa alababa su actuación al día siguiente. La ovación final duró diez minutos, el público en pié aplaudió sin descanso hasta no sentir las manos.

   Pero Kill no estaba dispuesto a dejar de existir. Comenzó así una espiral de violencia que fué la continuidad de aquellos dos años y medio. Poco quedaba de Sam, su conciencia seguía peleando, hasta que Kill acabó con ella, como con tantas personas a quienes arrebató la vida por el placer de matar.
   Cada noche salía de cacería, elegía a sus presas al azar, y despiadadamente las asesinaba.
   Pronto saltó la alarma entre la población. Eran demasiados asesinatos en pocos días. La gente tenía miedo a salir de noche.
   Una cámara de seguridad de un banco, grabó uno de los crímenes, en un cajero automático. Un vagabundo dormía cuando fué brutalmente apaleado hasta la muerte. La policía pensó que algún loco spicópata se disfrazaba de monstruo, emulando a Kill, dada su fama. No pensaban que era el auténtico monstruo, que ahora ya no representaba un papel, sino que llevaba a la práctica todo lo aprendido de su personaje.
   La policía montó un dispositivo perimetrando toda la zona por la que se movía Kill. Dos mujeres policías servirían de cebo. Levantaron el capó del coche simulando una avería y esperaron...
Una de ellas hablaba por el móvil con un supuesto mecánico, explicándole lo que le había pasado y pidiendo una grúa.
   Pasaba el tiempo y las mujeres seguían representando lo mismo una y otra vez. Pero nadie aparecía. Hasta que ya bien entrada la madrugada, por detrás de unos árboles apareció una sombra.
   Los policías estaban estratégicamente colocados, cubriendo cada palmo de terreno. Solo esperaban la orden para intervenir.
   La sombra avanzó, dejando ver un rostro desfigurado y peludo. En la mano derecha llevaba un hacha de grandes dimensiones y aunque su paso era torpe, caminaba ligero.
   - ¡Alto! -dijo el jefe de policía-
   Kill se detuvo y miró a su alrededor. Desde todos los ángulos le estaban apuntando con sus pistolas. Miró uno a uno a los policías, sin temor, como queriendo elegir a su siguiente víctima. Levantó la mano derecha.
   - ¡No te muevas! -repitió el policía-
   Kill corrió en dirección al coche donde estaban las chicas, el hacha en alto, un grito desgarrador salió de su garganta tras caer abatido por las balas.
   - Por fin... por fin acabé también contigo... Sam... fueron sus últimas palabras.
  

jueves, 15 de octubre de 2015

Imperfecta


Por fuera,
de ojos pequeños
y vista cansada.
Labios finos,
piel ajada,
vivencias marcadas
en cada arruga.
Y esos kilos de más
que se acumulan
sin piedad.

Por dentro,
alma solitaria,
depresiva, huidiza.
Adicta
a quienes quiero,
indiferente
al resto.
Me castigo
si hago daño,
me flagelo
si no hallo perdón.
Muero un poco,
en silencio,
sola, víctima
de mi imperfección.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Volverán...

   Volverán las oscuras golondrinas... en otoño, estas aves de gran memoria migran hacia el sur de África, atravesando la península Ibérica de norte a sur y sobrevolando el desierto del Sahara hasta las tierras más cálidas del sur de África. Suelen reunirse en los cables del tendido eléctrico, para luego así iniciar el gran viaje todas juntas. Y en primavera retornan de nuevo a sus nidos, que suelen ser siempre los mismos, es un misterio que cada golondrina reconozca el suyo propio después de un recorrido de miles de kilómetros.

martes, 6 de octubre de 2015

Book Tag "Escrito a mano"

  
Me gustó este Book Tag y prometí hacerlo, espero que se lea bien. ¡Saludos!

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Para tí...

   Un abrazo no soluciona un problema. Pero cuando las palabras no sirven, cuando un "lo siento" suena a cumplido, entonces, ahí, el abrazo reconforta, aún a distancia, porque sientes que el dolor, la rabia son compartidos, al igual que en otros momentos compartimos risas. La impotencia de no poder solucionar nada, la injusticia de quienes se creen superiores por tener tal cargo y juegan con el futuro de las personas, sin valorar su esfuerzo. Todo lo que siento en este momento no se expresa con palabras, por eso te abrazo fuerte, con un abrazo rompecostillas, de los míos, de los que, atravesando océanos, siempre llegan.
                            

viernes, 25 de septiembre de 2015

Ente (III)

   Aitor entró en casa con una sensación de fracaso y sin mediar palabra con nadie, se encerró en su habitación. Miró el ordenador, pero no se atrevía a conectarlo. Así estuvo un rato, hasta que por fín lo encendió.
   La pantalla se iluminó y Aitor comenzó a leer:
   - Has cometido un fallo cuando ya estabas a punto de salir del laberinto. Tendrás una penalización de 500 puntos. Te doy una última oportunidad de salir, si fallas jamás recuperarás tu vida, tu mente me pertenecerá para siempre. Pero ahora la prueba será más difícil. Volverás a la parada de autobús y matarás a la chica. A las ocho de la tarde está todos los días. Después irás a la boca del metro, bajarás las escaleras y serás libre.
   Al día siguiente, Aitor buscó en la cocina algún cuchillo u objeto punzante. Se decidió por una navaja, era pequeña, ocupaba poco espacio y estaba bien afilada.
   A las ocho estaba junto a la parada, al otro lado del semáforo vió a la chica ciega esperando el sonido que advertía que el semáforo estaba verde. Comenzó a sonar y ella cruzó ayudada por su bastón. Llegó a la parada e hizo intento de sentarse. Aitor miraba con ojos inexpresivos, fríos. No dió tiempo a que ella se sentara, se abalanzó y hundió la afilada navaja de lleno en el corazón.
   Tiró la navaja al suelo, como si quemara. Esta vez no sintió satisfacción alguna con la "prueba negra". Como si despertara de una pesadilla, Aitor descubrió la realidad y se miró la mano cubierta de sangre.
   Un coche que circulaba en ese momento junto al lugar de los hechos, se detuvo. El conductor salió rápidamente y redujo a Aitor, que estaba desorientado. Resultó ser un policía que estaba fuera de servicio y que casualmente pasaba por allí.
   Aitor fué a la cárcel. El policía fué condecorado. Se llamaba Enrique Teruel y aunque pertenecía a la brigada científica, no era la primera vez que se había enfrentado a delincuentes en la calle. Su trabajo era más bien de oficina, era un experto informático. A sus compañeros les decía que estaba creando un juego y que cuando lo perfeccionara se haría famoso.

   Enrique entró en su casa satisfecho. Dejó las llaves sobre la mesa y fué derecho al ordenador.
   JUEGO DE ENRIQUE TERUEL "ENTE" - era lo primero que podía leerse.
   Luego escribió con el teclado:
Asesino 23  Aitor.......Víctima  Sara
   - Cuando llegue a 25 pondré un premio especial-dijo en voz alta-
   Encendió un cigarrillo y puso música clásica, luego se sentó en su sillón favorito y desde allí contempló sus condecoraciones, que tenía enfrente, una sonrisa malévola brotó en su rostro. Cerró los ojos y se adentró en aquella música que le envolvía casi hasta el éxtasis.

   Rober caminaba deprisa hacia su casa. El cielo estaba cubierto y amenazaba lluvia. El viento soplaba y formaba remolinos con las hojas caídas de los árboles, era otoño, al fín refrescaba, después de un caluroso verano. La calle estaba más desierta de lo normal, sólo se escuchaba el soplar del viento..., y unos pasos. Rober miró detrás pero no vió a nadie. Caminó más deprisa cuando empezó a llover y los pasos sonaban ahora más rápidos...
  

domingo, 20 de septiembre de 2015

Ente (II)

   Ya de regreso, Aitor hizo el mismo recorrido que el dia anterior. Salvo que tuviera que ir a algún sitio, generalmente siempre volvía a casa por el mismo camino.
   Miraba a todos lados por ver si alguien le seguía. Pero no escuchó pasos ni vió a nadie. Casi llegando a casa oyó unas pisadas cada vez más cerca. Aitor se detuvo como para encender un cigarrillo. Un hombre pasó por su lado adelantándole, su paso era ligero, como si llevara prisa. Pronto desapareció de su vista tras doblar una esquina.
   Llegó a su casa y no pudo pasar de largo sin mirar las huellas del jardín, que seguían ahí, profundas, pero trató de no darles importancia y no obsesionarse más.
   Se preparó la merienda y encendió el ordenador, como ya era costumbre. De nuevo apareció en la pantalla una invitación al juego del laberinto. Aitor lo cerró, pero al rato volvió a ocupar la pantalla con sus luces intermitentes. Lo cerró una y otra vez, hasta que, harto y también movido por la curiosidad, pinchó en el play.
   "Acabas de entrar en mi juego. Mi nombre es Ente y a partir de ahora tu vida está en mis manos. Solo la recuperarás si logras salir del laberinto, para lo cual deberás superar varias pruebas. Habrá pruebas de color blanco o negro, dependiendo del tipo de prueba. El blanco estará relacionado con el bien y el negro con el mal. Ahora tu mente me pertenece. ¡Suerte!".
   Aitor pulsó "Continuar" y entonces apareció "su" laberinto. El recorrido era el que hacía todos los días desde la salida del metro hasta su casa. Aparecían todos los comercios, viviendas y lugares por donde transitaba a diario.
   Para salir del laberinto debía hacer el trayecto a la inversa, es decir, desde su casa hasta la boca del metro.
   La primera prueba era blanca. Debía sacar a pasear al perro de la vecina que se encontraba en la cama con fiebre a causa de la gripe.
   Aitor se rió, no haría eso ni ninguna otra cosa. Cerró el ordenador.
   - Vaya juego tonto-masculló-.
   Salió al jardín y se sentó a leer en una hamaca. Su madre volvía de casa de la vecina.
    - Montse está con fiebre. No puede moverse de la cama. Le prepararé un caldo.
   Aitor levantó la mirada por encima del libro pero no dijo nada.
   Al rato, su madre salió apresurada con un pequeño puchero entre las manos. Aitor se levantó y echó a correr tras ella.
   - Espera, te acompaño.
   Su madre le miró extrañada pero le sonrió. Abrió la puerta con la llave que le dió Montse y fué derecha a la habitación con el caldo.
   Aitor se rezagó y buscó por la casa a Choco, el perro de Montse, que ni siquiera les había ladrado al entrar. Estaba tumbado en una alfombra y al acercarse Aitor comenzó a mover el rabo. Le acarició la cabeza. El perro le miraba como queriéndole decir algo, casi suplicando.
   Aitor fué entonces a la habitación de la vecina y se ofreció a sacar al perro a la calle mientras Montse estuviera enferma.
   - Gracias, es un detalle de tu parte.
   Aitor puso la correa a Choco y lo sacó de paseo.
   A partir de ese día Aitor se mostró diferente. Parecía haberle cambiado el carácter, se volvió introvertido, pasaba más tiempo en su habitación junto al ordenador.
   - ¡Ente!
   -¿Quién es Ente?, dijo su madre que justo pasaba por delante de la puerta de su cuarto.
   - Ehhh...Vicente, un amigo. Ente es un diminutivo.

   La siguiente prueba también era blanca. Aitor debía ayudar al frutero a repartir la fruta a domicilio. Su hijo se había roto una pierna al caerse de la moto y no podía conducir. Aitor fué a la frutería a comprar un kilo de manzanas y se ofreció de repartidor.
   - Gracias Aitor, te daré una buena propina.
   - No, gracias, señor Paco, no se preocupe, lo haré gratis.
   Cargó las cajas en la furgoneta y se fué a repartir.
   Paco, el frutero, le miró extrañado, nadie rechaza una propina, ni se ofrece a trabajar gratis.
  
   La tercera prueba era negra. Debía romper el cristal de la farmacia y robar algo del escaparate. Aitor comenzó a sudar, nunca había hecho nada parecido y pensó que no sería capaz.
   Esperó a que cerraran, y cuando empezó a anochecer, Aitor tomó una enorme piedra que estampó contra el cristal de la farmacia. Saltó la alarma. Aitor cogió una caja de pastillas del escaparate roto y salió corriendo. Sintió la adrenalina recorriendo su cuerpo hasta llegar a la cabeza.
   A partir de ahí, prefirió las pruebas negras, esa sensación de conseguir escapar, ese vértigo del riesgo. El mal se imponía sobre el bien para Aitor.
   Así continuó intercalando pruebas de color blanco y negro.
   Casi al final del recorrido del laberinto, le salió otra prueba negra. Debía robar el bolso a una chica que todos los días espera el autobus a la misma hora en la parada que está al lado del metro.
   Aitor miró desde lejos. Eran las ocho de la tarde. Una joven permanecía sentada en el banco de la marquesina de la parada del autobús 70, justo al lado del metro. Se acercó con decisión, la prueba era fácil, un simple tirón y ya estaba. La chica llevaba en la mano derecha un bastón, eso contrarió a Aitor, era ciega. Cuando ya se encontraba junto a ella, Aitor vaciló, hizo un intento de robarle el bolso, pero no pudo..., luego apareció una mujer que se sentó junto a la chica invidente.
   Aitor regresó a casa cabizbajo.

  

viernes, 18 de septiembre de 2015

Ente

   Caminaba deprisa por la calle, soplaba el viento y amenazaba lluvia. Su casa aún quedaba lejos, aceleró el paso cuando vió el primer relámpago. Casi al mismo tiempo rompió a llover. Sintió unos pasos tras él, se volvió pero no vió a nadie. Echó a correr, la lluvia mojaba toda su ropa. Volvió a escuchar los pasos, ahora más deprisa, como si alguien corriera queriendo alcanzarle. Aitor se detuvo en seco. Se dió la vuelta para ver quien era. El agua resbalaba por su cara y calaba todo su cuerpo. Pero la calle estaba desierta. Caminó entonces de espaldas intentando ver si había alguien escondido por algún lado. Mal dia para andar con juegos, pensó. Se dió la vuelta y siguió corriendo hasta llegar a su casa. Atravesó el jardín hundiendo sus pies en el barro y al fin llegó a la puerta. Ya dentro de casa, Aitor se cambió de ropa, se preparó un sandwich, abrió una cerveza y se encerró en su habitación junto al ordenador. Se pasaba horas mirando páginas de aviación, estudiaba para piloto, y chateaba con compañeros y amigos con su misma pasión. Un trueno hizo temblar el cristal de la ventana. Aitor se levantó para bajar la persiana, después volvió a sentarse frente al ordenador. En la pantalla, una especie de laberinto le invitaba a jugar, las luces parpadeaban, lo que molestó a Aitor, que cerró de inmediato el juego. Estaba cansado, apagó el ordenador y se fué a dormir.
   Al día siguiente amaneció con un sol radiante, como si la tormenta hubiera sido un sueño. Después de desayunar, Aitor salió apresuradamente de casa, atravesó el jardín, aún seguían las huellas de sus zapatos. Retrocedió y volvió a mirar esas marcas en el barro. Luego pisó al lado y comparó las huellas. El dibujo de ambas era diferente, y las primeras eran más profundas, como si alguien hubiera pisado sobre sus huellas. Ahora ya estaba seguro de que alguien le había seguido. Se alejó meditabundo.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Tengo tanto...

  Tengo
tu sonrisa,
limpia, pícara
y dulce.
  Tus ojos
de mirada
triste...
  La complicidad
que anhelaba,
ese hilo invisible
que une distancias.
  Tengo la fé
que nunca perdí,
y la esperanza
de un encuentro.
  Tengo tanto...
  Y aún extraño
sumergirme
en tus poemas,
en tus mil historias
que hacía mias,
en cada oscura
noche de soledad,
en la que resurgías
con tus cuentos,
cuando al límite
de la tristeza,
aparecía al fín
la inspiración.

martes, 8 de septiembre de 2015

Matrioska




En la vieja Rusia
vivía un fabricante de muñecas.
Las hacía de madera.
Las pintaba de colores
y les ponía grandes ojos
y caras sonrientes.
Un poco pícaras.
Un poco gruesas.
Un poco alegres.

El fabricante acudía a la iglesia
todos los domingos.
Luego, iba al bosque
para buscar madera.
La quería vieja y fuerte.
Madera de las raíces
de árboles centenarios.
A veces,
buscaba durante horas
sin encontrar nada.

Un día frío de invierno
el maestro encontró
un trozo de madera estupendo.
Pesado, seco y muy viejo.
《¡Oh! -pensó-, de aquí
tallaré mi mejor muñeca.》
Abrazó la madera
como si fuera un bebé
y la colocó sobre el trineo.
Luego,
se deslizó por la gruesa nieve
hasta su casa.

De aquella madera
el maestro talló una muñeca
realmente hermosa.
Era tan bella
que no quiso venderla.
La puso en la mesilla de noche,
junto a la cama,
y por las mañanas le preguntaba :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
Le había puesto Matrioska
porque se parecía a madrecita.

Los niños del pueblo
pronto conocieron a la muñeca.
Con las narices
pegadas a la ventana, 
admiraban a la hermosa muñeca.
Aquello hacía reir al maestro
delante de su mesa de trabajo.
Se fijaba en sus curiosos rostros
y pintaba las caras
de las muñecas.
Al final,
las muñecas eran iguales
que los niños del pueblo.
Y los niños del pueblo,
iguales que las muñecas.

Así pasó mucho tiempo.
Todas las mañanas
el maestro preguntaba :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
Y la muñeca sonreía en silencio.

Pero una mañana
la muñeca contestó :
- No muy bien
-dijo en voz baja-.
¡Me gustaría tener un bebé!
El maestro se quedó
con la boca abierta.
Contempló a la muñeca,
pero ésta no dijo nada más.

《Ayer bebí demasiado vodka》,
pensó.
Y corrió a la cocina
a hacerse un café.
En todo el día
no se atrevió a decir nada más.
De vez en cuando,
echaba una mirada a la muñeca
y se preguntaba :
《¿De verdad puede hablar?》.
Pero tenía miedo de preguntarle
de nuevo.

Al día siguiente,
el maestro lo había olvidado todo.
Cuando se levantó,
le preguntó otra vez :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
- Mal -contestó la muñeca-.
Estoy muy sola.
Ya te lo dije ayer :
quiero tener un bebé.
El maestro se sentó,
muy derecho,
en su cama.
Aspiró hondo.
No quedaba ninguna duda.
La muñeca de madera podía hablar.
Para estar aún más seguro,
se pellizcó dos veces la nariz.
No estaba soñando.
Estaba muy despierto.
Hizo de tripas corazón
y preguntó :
-¿Qué has dicho?
- Quiero tener un bebé
-la muñeca repitió su deseo
y suspiró profundamente-.
¡Estoy tan sola...!
¿Qué debía hacer el maestro?
Nunca había tallado
un bebé para una muñeca.
- Bueno -dijo,
tras pensarlo brevemente-.
Lo intentaré.
- ¡Gracias! -dijo la muñeca.
- De nada -contestó el maestro.
- Me gustaría una niña.
- Tendrás una niña.

El maestro fué al almacén.
Allí
encontró un trozo de madera.
Era de la misma madera
de la que había tallado
a Matrioska.
Lo llevó a su taller
y comenzó a trabajar.
Por la tarde
la pequeña muñeca estaba acabada.
Era igual que Matrioska.
Como si fueran madre e hija.
El maestro enseñó la muñeca
a Matrioska
y le preguntó :
- Qué, ¿te gusta tu bebé?
Tú te llamas Matrioska;
a tu hija le pondré Trioska.
Le he quitado a tu nombre
la primera sílaba,
porque tu hija es más pequeña
que tú.
-¡Oh! -se alegró Matrioska-.
La encuentro preciosa
-y le dió un beso.
- ¿Estás ya contenta?
- Si, maestro.
Pero mi hija tiene que estar
en mi barriga.
_¿Cómo?
- Mi hija tiene que estar
en mi barriga.
- Pe... pe... pero no... no puede ser
- tartamudeó el maestro.
-¿Por qué no?
Es mi hija.
- Bien -dijo el maestro-.
Pero te dolerá.
- No importa
-contestó la muñeca-.
Siempre duele un poco
ser mamá de verdad.

El maestro no sabía
qué hacer.
Finalmente
cogió su sierra
y cortó a Matrioska
en dos pedazos.
La vació totalmente.
Luego, metió a Trioska
y volvió a enroscar a Matrioska.
- ¿Cómo te sientes ahora?
-preguntó el maestro.
-¡Oh, soy muy feliz!
-dijo Matrioska-.
Tengo a mi hija en la barriga
-y se rió con gusto.

A la mañana siguiente
el maestro volvió a preguntar :
- Bueno,
querida muñeca Matrioska,
¿cómo te va?
- ¡Ay! -contestó Matrioska-.
Yo soy muy feliz.
Pero mi niña se ha movido
durante toda la noche.
Quizá necesite algo.
- Vamos a ver
-dijo el maestro.
Desenroscó a Matrioska
y cogió a su hija Trioska.
La miró por todos lados
y dijo :
- ¡Mmmm! Todo está en orden.
Tiene manos, pies,
ojos, orejas.
Tiene una nariz
y una boca.
Tiene de todo.
Y muy bien hecho.
No sé qué puede faltarle.
- Me falta un bebé
-dijo de repente la pequeña muñeca
con voz fina.
Al maestro
sólo le faltaba aquello.
- ¿Qué dices?
 - Me falta un bebé.
Un bebé pequeñito.
- ¡No!
- ¡Si!
El maestro no podía creerlo.
- No puede ser -dijo.
Y se pellizcó tres veces la nariz.
Sólo para comprobar
que no dormía.
- De verdad,
quiero tener un bebé
-volvió a oir la voz de Trioska.
- Pero... pero... pe... peeerooo...
-tartamudeó el maestro-.
¡Qué va a decir tu madre?
- Se alegrará
-contestó Trioska-.
Será la abuela de mi hijo.
Le contará cuentos...
Por favor, por favor,
tállame un bebé.
Uno pequeñito.
¡Por favor, por favor!
¿Qué debía hacer el pobre maestro?
Nunca hasta entonces
había hecho un bebé
para el bebé de una muñeca.
Pero
la pequeña Trioska insistía tanto,
que al final dijo :
- Bueno, si tanto lo deseas.
¿Quieres un niño o una niña?
- Una niña.
El maestro volvió al almacén.
Allí
encontró un trozo de madera
aún más pequeño.
Era el resto de la misma madera
con la que había hecho
a Matrioska y a Trioska.
Lo cogió
y empezó a trabajar.
Por la tarde
la nueva muñeca
estaba hecha.
Era igual que Matrioska
y su hija Trioska.
Se veía
que eran de la misma familia.
- ¡Te llamarás Oska!
-dijo el maestro-.
Casi como tu madre.
Sólo que he quitado
la primera sílaba,
porque tú aún eres más pequeña.
¿Estás ya contenta?
-le dijo a Trioska.
- Sí
-contestó Trioska radiante-,
pero la niña tiene que estar
en mi barriga.
- No -balbuceó el maestro-.
¡Eso si que no!
- ¡Si!
- Te dolerá.
- No importa.
Es mi hija
-dijo la muñeca-.
Siempre duele un poco
ser mamá de verdad.
El maestro suspiró
y cogió su sierra.
Cortó a Trioska en dos
y la vació.
Luego, metió a Oska dentro.
Y volvió a enroscar a Trioska.
Después, metió a Trioska
en Matrioska
y la enroscó.
Luego, preguntó :
- ¿Estáis todas contentas?
- Si -contestó Matrioska.
- ¡Sííí! -se oyó la voz de Trioska
a través de la barriga de su madre.
- ¡No! ¡No! ¡No!
-sonó la voz de Oska
a través de la barriga de Trioska-.
Yo también quiero tener un bebé.
¿Por qué yo no tengo ningún bebé
en mi barriga?
- ¡No puede ser!
-fué lo único
que pudo contestar el maestro.
- ¿Por qué no?
¿Por qué no?
¡Yo también quiero tener un bebé!
- Peeero... perooo
- ¿Qué pero, qué pero?
¡Yo también quiero tener un bebé!
¿Qué debía hacer
el pobre fabricante de muñecas?
Jamás hasta entonces
había tallado un bebé
para el bebé
del bebé de una muñeca.
《A quien quiera que se lo cuente
-pensó-, no me creerá.》
Pero Oska insistió tanto
que no le quedó más remedio
que convertir su deseo en realidad.
Entre suspiros
desenroscó a todas las muñecas.
Luego, hizo un bebé
muy, muy pequeño.
Como un dedal.
Era igual que su madre Oska.
Como su abuela Trioska
y su bisabuela Matrioska.
Pero el maestro cogió un pincel
y le pintó un enorme bigote.
- Eres el hijo de Oska
-le dijo sonriendo-.
Y como aún quedan dos letras,
te llamarás Ka.
Eres un hombre.
No podrás tener ningún bebé
en tu barriga.
¿Me has entendido?
- Sííí!
-chilló el muñeco con placer-.
Soy un hombre.
- Exacto.
Por eso llevas bigote.
- Exacto.
- Mírate en el espejo,
para que veas tu bigote
y luego no vayas gritando
que quieres tener un bebé.
El maestro cogió al pequeño Ka
y lo mantuvo durante un rato
frente al espejo.
 Luego,
vació la barriga de Oska
y metió a su hijo Ka dentro.
Introdujo a Oska en Trioska.
Y a Trioska en Matrioska
y rió contento.
Desde entonces
la familia de muñecos vive feliz.

Dimiter Inkiow

sábado, 5 de septiembre de 2015

jueves, 3 de septiembre de 2015

Búscame(III)

   Néstor entró al avión lentamente, ayudado por dos muletas. Una escayola cubría su pierna izquierda, que previamente había sido recubierta por varias bolsas de cocaína. Se acomodó en su asiento de primera clase ayudado por una azafata. Había logrado pasar todos los controles en el aeropuerto de Bogotá sin levantar ninguna sospecha. Pero sabía que el peligro estaba en Madrid, donde los controles eran más férreos, sobre todo con los vuelos procedentes de Colombia.
   No tenía miedo. Prefería pasar el resto de su vida en una prisión española que vivir como lo había hecho los últimos tres años.
   Pasó casi todo el viaje durmiendo, estaba tranquilo, aunque sabía que, casi seguro, en Barajas los perros policía detectarían la cocaína del interior de su escayola.
  
   El cielo de Madrid era de un azul turquesa, era raro, estaba limpio de contaminación ese día, y el avión comenzó a descender rumbo a la pista de aterrizaje.
   Una vez en tierra, Néstor desabrochó su cinturón y, ayudado de nuevo por la azafata, se apoyó en sus muletas y atravesó el túnel que le llevaría a la terminal del aeropuerto.
   No le temblaba un solo músculo al pasar por los controles. No levantó sospechas, por el contrario, todo fueron facilidades y ayudas. No corrieron la misma suerte dos pasajeros de su mismo vuelo, que fueron apartados, cacheados, y posteriormente conducidos esposados a un furgón de la policía.
   Néstor se vió fuera..., no podía creerlo, estaba en Madrid y libre. Durante el viaje se fué mentalizando de que pasaría mucho tiempo en la cárcel, y ahora estaba desconcertado, aunque feliz. Faltaba el último paso, entregar la droga al traficante que debía estar esperándole en el aparcamiento.
   Un taxista, al verle salir le abrió la puerta de su taxi y quiso ayudarle a subir cargando la bolsa que llevaba en bandolera como único equipaje.
   - Gracias. Pero vienen a recogerme - dijo Néstor amablemente -.
   Un coche con las lunas tintadas se aproximó. La puerta de atrás se abrió y Néstor procedió a entrar.
   En el interior, dos hombres le aguardaban. Sin mediar palabra, el conductor aceleró el coche rumbo a la A-2. Néstor le contemplaba a través del espejo retrovisor, sus miradas se cruzaban pero ninguno hablaba. El otro hombre iba sentado a su lado, algo sobresalía bajo su chaqueta, Néstor intuyó que era una pistola, intentó mantener la calma, sabía que estaba en sus manos y que cualquier movimiento podría ser fatal.
   Pasaron la Alameda de Osuna,  después Canillejas, el coche continuó por la Avenida de América hasta tomar el desvío al Parque Conde de Orgaz, era una zona muy exclusiva de chalets donde Néstor no había estado nunca.
   El coche atravesó una gran puerta de hierro que se abrió automáticamente. Al fondo, entre amplios jardines se vislumbraba una mansión blanca. El conductor detuvo el automóvil en la puerta principal. El hombre de atrás hizo un ademán dejando ver su pistola y salió del coche. Abrió la puerta a Néstor y le ayudó a salir.
   Dentro de la casa esperaba otro hombre que, como los otros dos, sin mediar palabra, se llevó a Néstor a una habitación. En su interior había una camilla, donde el hombre tumbó bruscamente a Néstor. Con cuidado - no por hacer daño a Néstor, sino por no romper las bolsas de droga - cortó la escayola, quitó con cuidado la tela impregnada en azufre y amoniaco, para despistar el olfato de los perros, y sacó una a una las diez bolsas de cocaína. Después sacó un sobre del interior de un cajón del escritorio y se lo dió a Néstor, acompañándole de nuevo a la puerta de salida.
   El conductor volvió a abrirle la puerta, y una vez dentro le preguntó dónde quería ir.
   - A la Puerta del Ángel, por favor.
   El automóvil atravesó Madrid de Este a Oeste hasta llegar al antiguo domicilio de Néstor. El coche dió un frenazo brusco. El hombre volvió su cara hacia el asiento trasero.
   - Y recuerda, nunca me has visto, ni a mí ni a mis colegas - dijo volviendo a dejar entrever la pistola -.
   Néstor bajó del coche, que al instante desapareció.
   Se sentía muy cansado, el dengue le había dejado secuelas importantes, quería descansar, por fín en casa. Pero tenía miedo de volver, después de tanto tiempo, y de la manera que se fué, sin decir nada.
   No se atrevía a llamar al portero automático, prefirió esperar que llegara algún vecino que le abriera la puerta.
   Al rato se acercaron dos niños a los que no conocía, y tocaron un timbre. La puerta se abrió, y Néstor entró con ellos. Subió por la escalera hasta el tercer piso, respiró profundo y llamó a la puerta marcada con la letra A. Sintió que estaba mucho más nervioso incluso que ante los matones colombianos. No sabía que explicación dar a sus padres, ni cómo le recibirían.
   Una mujer joven abrió la puerta.
   - ¿Quién eres? - dijo Néstor-.
   La dueña de la casa, ¿qué quieres?.
   Yo soy el hijo de los propietarios, ¿te alquilaron la casa?.
   No, no, yo soy la propietaria. Compré la casa hace un año.
   Néstor estaba desconcertado, tenía miedo de preguntar.
   - ¿Sabes algo de los antiguos propietarios?.¿Dónde fueron?.
   Compré el piso a un hombre mayor, al parecer su mujer falleció y él prefirió irse a una casa más pequeña, pero no sé dónde. Lo siento...
   Néstor bajó las escaleras con el rostro cubierto de lágrimas. Ya en la calle, se sentó en un banco, nunca encontraría consuelo, nunca se perdonaría el haberse ido de esa manera.
   Sintió como algo húmedo mojaba su mano. Miró a su derecha y vió un perro lamiéndole, su imagen era borrosa, Néstor se secó las lágrimas con la otra mano.
   - ¿Sasha?... ¡Sasha!.
   Néstor abrazó al perro como si fuera lo único que tenía en el mundo. Y realmente así era.
   Caminaron juntos por el Paseo de Extremadura, bajo el viaducto, hasta llegar a la catedral de la Almudena. Cuantas veces había hecho ese mismo recorrido, el Palacio Real...le pareció aún más hermoso, y los jardines, su olor, era como volver a la infancia. Pasó por la puerta del Senado y llegó a la Plaza de España. Estaba exhausto, aquel paseo que siempre hizo sin dificultad, ahora le dejaba sin aliento. Se sentó en un banco a la sombra. Sasha siempre a su lado. Tenía hambre, pero prefirió descansar un poco antes de comer. Llevaba el sobre del dinero en el bolsillo, ni siquiera lo había contado, al menos le ayudaría a sobrevivir durante un tiempo.
   Con los ojos entreabiertos, Néstor vió a lo lejos una estatua, era Don Quijote, a caballo, y al lado Sancho. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Recordó la estatua, y el sueño como si fuera reciente. 



   Estaba inmóvil, como otra estatua más de la plaza. Sintió una presencia, pero no podía moverse, ni siquiera podía volver la cara. Una mujer rubia se colocó ante él.
   - Me buscaste sin descanso por medio mundo, y dos veces estuviste a punto de encontrarme. Ahora soy yo quien te busca a tí.
   La mujer llevaba una capa, por la que asomaba lo que parecía ser una guadaña. Ella se acercó a Néstor y al roce de sus mejillas, el volvió a sentir aquella misma sensación placentera.
   La mujer se alejó. Junto a Néstor quedó Shasa, aullando...

martes, 25 de agosto de 2015

Búscame(II)

   La travesía duró una semana, que a Néstor se le hizo eterna. Sin apenas comida ni agua el interior oscuro de esa bodega cada día le parecía más su propia tumba. El barco aminoró la marcha a la entrada del puerto de Nueva York y así Néstor comprendió que, al fín, había llegado a su destino.
   El barco hizo diferentes maniobras hasta que por fin se detuvo. Néstor esperó desfallecido entre los contenedores a que alguien abriera por fín el portón de la bodega. Al rato una tenue luz asomó al fondo. La luz se fué haciendo más intensa a medida que la puerta se abría más y más, hasta que quedó completamente abierta y la claridad entró cegando a Néstor. El ambiente se hizo más respirable al entrar también el aire, y Néstor llenó sus pulmones de oxígeno, de ese aire renovado que le hizo reaccionar.
   Ahora debía pensar cómo salir de allí sin ser visto. Esperó y observó a quienes entraban para enganchar los contenedores a las grúas. No eran muchos, le costaría pasar por uno de ellos, además llevaban acreditación.
   Néstor se subió el cuello de la camisa, como queriendo pasar desapercibido, pero consiguió todo lo contrario, llamó la atención de un vigilante que se encontraba en la cubierta del barco. Éste le dió el alto, pero Néstor corrió por el barco hasta verse acorralado. Sabía que si le atrapaban  iría a la cárcel, y en Estados Unidos los españoles e hispanos se podían pudrir en prisión esperando un juicio justo.
   Rodeado por cuatro vigilantes armados, Néstor prefirió saltar al mar que verse atrapado. Las heladas aguas del Atlántico le hicieron sentir como agujas clavándose en su cerebro, hasta que, casi de forma inmediata perdió el conocimiento.
   Un pasillo de luz intensa se hizo ante sus ojos, al fondo una amazona rubia, cubierta con una capa con capucha, le invitaba a subir a su caballo.
   Estuvo dos meses en coma en un hospital. Cuando despertó apenas recordaba nada, ni siquiera sabía que estaba en América. Preguntó por una mujer rubia, lo único que alcanzaba a recordar. Pero los médicos decían que nadie le había visitado en ese tiempo, le pusieron al día de su situación, la policía esperaba que despertara para interrogarle.
   Néstor tenía miedo. Decidió prolongar su amnesia más tiempo para pensar como escapar.
   Era de noche, en el armario estaba su ropa, ajada, no así su documentación, que seguramente tendría la policía a buen recaudo. Néstor se vistió y escapó sin ser visto.
   Anduvo por las calles, entre la gente, tratando de pasar desapercibido, pero presentía que todos le miraban, era un indocumentado, no podía seguir mucho tiempo en Nueva York. Tenía que dejar Estados Unidos. Decidió ir a Méjico y tratar de recuperar su documentación a través de la embajada.
   Pero el embajador le dijo que había una orden de captura de la Interpol y que debía entregarle a la policía. Néstor miró a su alrededor, y viendo que en la sala solo estaban ellos dos, echó a correr a todo cuanto dieron sus piernas.
   Tres años estuvo Néstor recorriendo el cono sur. Ya sin ilusión, sin recordar muy bien qué le había traído ahí. En Colombia contrajo el dengue, y estuvo a punto de morir en un hospital si no hubiera sido por Lorenzo, un adinerado empresario que pagó su tratamiento. Néstor le debía la vida y Lorenzo estaba sispuesto a cobrársela.
   Lorenzo era en realidad un narcotraficante de la peor calaña. Se dedicaba a socorrer a los pobres en su propio beneficio. Los utilizaba como correos para introducir cocaína en los aeropuertos.
   A Néstor le proporcionó documentación falsa y la posibilidad de volver a España. Y eso era todo lo que él quería, volver...
  
      (Continuará...)

miércoles, 19 de agosto de 2015

Búscame

   Néstor nunca hubiera pensado que un sueño podría cambiarle la vida. Pero aquella sensación única le marcó para siempre.
   Al despertar recordaba un encuentro, una joven se le acercó, le tomó ambas manos y le habló al oído. Al acercarse sus mejillas se rozaron y Néstor sintió un extraño escalofrío que le recorrió todo el cuerpo.
   - Búscame - le dijo - y desapareció,   a la vez que Néstor despertaba sobresaltado.
   No podía quitarse ese sueño de la cabeza, si bien el recuerdo se iba diluyendo, no así la sensación que volvía una y otra vez cada vez que pensaba en ello.
   Ese imperativo, búscame, empezó a ser obsesivo, y, como si una fuerza mayor le impulsara, Néstor lo dejó todo, familia, amigos, trabajo, y salió en busca de un ser del que no dudaba ya de su existencia, y que pensaba que se había manifestado en un sueño por algún motivo, y que él ahora tenía que descubrirlo.
   Solo Sasha sabía de su partida. Su perro fiel, sólo con mirarle a los ojos sabía que se iría, quizás para siempre. Néstor le dió una palmadita en el lomo y se alejó.
   ¿Dónde buscar?. Recordaba vagamente ya el sueño, pero sabía que era una plaza con una estatua ecuestre. Había tantas en su ciudad...
   Sus pasos le llevaron a la Plaza Mayor, la estatua de Felipe III a caballo es, quizá la más conocida de Madrid. Pero no era ese el lugar, la plaza de su sueño era más pequeña. Sacó su teléfono móvil y tecleó en google estatuas ecuestres. Su pantalla se llenó de imágenes de diferentes reyes o militares a caballo. Recorrió los variados lugares que mostraban las fotos. Ninguno parecía ser el que buscaba, tenía la certeza que cuando lo encontrara no tendría ninguna duda, y aunque el recuerdo era ya vago, sabía que reconocería el lugar.
   Recorrió la geografía española sin éxito, pero ésto no le hizo desistir de su empeño.¿Qué extraña fuerza le empujaba a seguir buscando sin descanso lo que parecía una quimera?.
   Tomó un tren a París. Recorrió media Europa hasta agotar todo recurso económico. Su tarjeta de crédito había sido cancelada por el banco. A partir de entonces trabajó en lo que pudo. En el puerto de Amberes cargaba los grandes contenedores que luego eran transportados con grúas al interior de los barcos. Su destino era América...
   Néstor no lo dudó. Su plan era colarse en uno de esos barcos, y él como trabajador portuario tenía acceso a ellos. Entró en una de las bodegas, se acomodó entre contenedores, y pronto sintió moverse el barco rumbo a Nueva York.
       (Continuará...)

sábado, 15 de agosto de 2015

Como un pájaro

   Vivo en un ático de uno de los edificios más altos de mi ciudad. Desde aquí todo se ve a vista de pájaro, y me encanta. De niño quería ser pájaro, los observaba volar y yo quería hacer lo mismo, saltaba y movía los brazos arriba y abajo muy deprisa y... caía al suelo. Se ríen de mí cuando cuento ésto, otros niños creían ser Superman y saltaban por la ventana, yo no llegué a tanto.
   En mi terraza tengo recipientes con agua para mis pájaros, son libres, vienen cuando quieren beber o bañarse. Odio las personas que tienen pájaros enjaulados, si nacieron con alas es porque deben volar.
   Me gusta asomarme desde mi terraza y ver abajo los coches diminutos y las personas como hormigas, es la grandeza de un pequeño gorrión, desde arriba él es inmenso. A veces me siento en la barandilla y desafío al vértigo. Imagino saltar, caer, romperme contra el asfalto. Los gritos de la gente, después el sonido de las ambulancias, las sirenas de la policía, la calle paralizada porque un loco depresivo saltó...
   Me río de mí mismo. No me gusta el protagonismo, no lo soportaría ni después de muerto. Sé que nunca saltaré, pero me gusta saber que existe esa posibilidad...

lunes, 27 de julio de 2015

Silencio

   Apagué la luz y me desconecté del mundo. Sólo la música lo llenaba todo. Subí el volumen al escuchar a Simon & Garfunkel, "Los sonidos del silencio".
   "Hello darkness, my old friend".
   Hola oscuridad, vieja amiga..., amiga que permanece, que està aunque no la busques, compañera de siempre y a la que siempre vuelves...
   La música me hace retroceder en el tiempo, y a la vez me hace ver que todo sigue igual.
   "In restless dreams I walked alone".
   En sueños sin descanso caminé solo..., tras ese sueño, más allá de la realidad.
   Las fuerzas flaquean, es hora ya de abandonar todo sueño...
   "People talking without speaking,
People hearing without listening.
   People writing songs that voices
never share.
   And no one dared disturb the
sounds of silence".
Gente hablando sin conversar,
Gente oyendo sin escuchar.
Gente escribiendo canciones que las voces jamás compartirán
Y nadie osó molestar a los sonidos del silencio.
   Y, tras acabar los últimos acordes, todo quedó en silencio..., no fuí capaz de escuchar nada más, yo tampoco osé molestar a los sonidos del silencio.

sábado, 25 de julio de 2015

Sentir...

   Cada día espero algo nuevo,
una sonrisa, una mirada,
una frase, un gesto.
   Cada día vuelvo al principio,
a las dudas, al silencio,
al olvido, al olvido...
   Si en alas del viento
encontrara un hueco,
si volar tan lejos pudiera,
solo un momento,
solo un segundo,
por sentir, por sentir...

jueves, 9 de julio de 2015

De vez en cuando la vida

De vez en cuando la vida
nos besa en la boca
y a colores se despliega
como un atlas,
nos pasea por las calles
en volandas,
y nos sentimos en buenas manos;
se hace de nuestra medida,
toma nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera
y uno es feliz como un niño
cuando sale de la escuela.
De vez en cuando la vida
toma conmigo café
y está tan bonita que
da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita
a salir con ella a escena.
De vez en cuando la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo.
De vez en cuando la vida
afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras
para nombrar lo que ofrece
a los que saben usarla.
De vez en cuando la vida
nos gasta una broma
y nos despertamos
sin saber qué pasa,
chupando un palo sentados
sobre una calabaza.
   Joan Manuel Serrat.

martes, 7 de julio de 2015

Muy buena cita...

   "La única persona que necesitas en tu vida es aquella que te demuestre que te necesita en la suya".

        Oscar Wilde.

jueves, 4 de junio de 2015

Cosa

   Me llamo Cosa y soy libre. La libertad tiene un precio muy alto, pero no me importa pagarlo. A veces paso hambre y frío, ya me acostumbré a ello.
   Vivo en un pueblo pesquero del Cantábrico, durante el día suelo buscar un lugar tranquilo para reposar. Al caer la tarde me acerco al puerto, donde retornan los barcos cargados de peces. Como dirían los humanos, "me busco la vida". Las gaviotas lo tienen más fácil. Los pescadores arrojan al mar los peces más deteriorados, o pequeños que no pueden poner a la venta. Los pesqueros entran en el puerto con una nube de gaviotas a su alrededor esperando su almuerzo.
   Soy gato. Para mí es un poco más difícil buscarme el sustento, sobre todo porque ya no hay cubos de basura, y los contenedores están cerrados con una pesada tapa.
   Pero me las ingenio, sobre todo en verano, cuando, en los restaurantes sacan sus mesas a la calle y la gente cena al aire libre. Yo busco una víctima, me siento enfrente y lo miro fijamente, a veces maúllo para llamar su atención, o paso mi lomo por sus piernas, generalmente siempre me dan algo de delicioso pescado. Pero debo tener cuidado que no me vean los camareros..., alguno ya me echó a patadas.
   Pero no siempre viví en la calle. En una ocasión un niño me recogió de dentro de una caja y me llevó a su casa. Me llamaba Tico, así que yo no le hacía mucho caso, ¡me llamo Cosa!, le habría dicho, de haber podido. El niño se empeñaba en querer jugar conmigo como si fuera un perro, me lanzaba una pelota para que yo se la trajera, yo miraba impasible, quieto. Entonces, él se enfadaba y me tiraba del rabo. Un día me harté y le arañé la cara.
   Su padre me agarró por la piel del cuello y me lanzó por la ventana.
   Dicen que los gatos siempre caemos de pié, sí, caí de pié, después de herirme con las ramas del árbol que atravesé.
   Aturdido entré en un portal y me acurruqué en un rincón a lamerme las heridas. Tras de mí entró Marcela, una anciana que vivía en el bajo, me recogió del suelo y me llevó a su casa. Allí me curó y me puso de comer. Me compró un cesto con un cojín, nunca había estado tan bien. Pero la generosidad de Marcela abarcaba a más congéneres míos, y poco a poco ví llenarse la casa de gatos. Ya no me sentía especial, era uno más, y la comida y la cama eran para el primero que llegaba. Al principio me peleé con alguno de ellos, pero decidí que era mejor escapar, a fín de cuentas Marcela ya ni me echaría de menos. Y de nuevo salí por la ventana, pero esta vez salté por mi cuenta, y como era un piso bajo, no me hice ni un rasguño.
   Llovía, los coches corrían a gran velocidad por la calzada levantando charcos que a mí se me hacían enormes. Un coche dió un frenazo y paró en seco. El conductor bajó deprisa y me metió dentro del auto. Su casa estaba cerca, aparcó el coche y me tomó en sus brazos. Ya dentro de casa me secó y me dió un poco de leche. Al día siguiente me compró comida de gato en el supermercado, un collar con un cascabel, y un cajón con arena, que colocó en el cuarto de baño.
   Fran era notario, trabajaba en casa, estaba la mayor parte del día en su despacho. Su vida era monótona y aburrida. Su mujer y su hijo fallecieron en un accidente de tráfico, y desde entonces era como si estuviera muerto en vida. Ni siquiera mi llegada hizo que saliera del ostracismo en el que se hallaba. Solo trabajaba, como queriendo llenar un espacio y un tiempo que siempre seguía vacío.
   Me ignoraba. Yo me acercaba a él y no me veía, creo que ya nadie podía hacer nada por devolverle a la vida. De nuevo decidí irme. Pero las ventanas siempre estaban cerradas, además era un noveno piso.
   Durante el día los clientes entraban uno tras otro. Me senté justo en la puerta de salida y esperé. Una pareja salía del despacho y se dirigía a la puerta. Me arrimé a la pierna de la señora y salí, bajé los nueve pisos corriendo por la escalera, esperando no cruzarme con nadie. Abajo el portal estaba cerrado..., el tiempo se me hizo eterno, hasta que, al fín, llegó el cartero que llamó al portero automático. Al abrir la puerta salí como un rayo.
   Y desde entonces, nunca más dejé que nadie me "salvara" de esta vida de gato callejero.
   Yo solo tuve un amo, por así decirlo, un padre, diría yo. Se llamaba Xavi, era un vagabundo que solía pescar en el malecón del puerto. Un día, cuando ya caía la tarde, vió un yate que salía del puerto. Un hombre arrojó una caja al agua y después el yate desapareció a gran velocidad. Xavi lanzó su caña a la caja y la enganchó por un extremo. La caja se volteó y su contenido cayó al mar..., cuando consiguió traerla a la orilla, Xavi subió la caja, casi estuvo a punto de volver a tirarla, al creerla vacía, entonces maullé. Débilmente. Xavi abrió aquella caja que creía vacía, y en un rinconcito, asustado estaba yo.
   Dicen que hay que esterilizar a los gatos, para que no se propaguen, por eso ya casi no hay gatos vagabundos. Mi madre no estaba estirilizada. Se escapó una noche. Mis hermanos y yo éramos un problema, no nos podían mantener. Así que nos tiraron al mar. Todos murieron menos yo. Xavi, al abrir la caja dijo ¿que cosa es ésto?. Por eso me llamo Cosa, me gusta mi nombre. Con Xavi fuí feliz, crecí a su lado, jugaba conmigo, me quería y eso se notaba. Nunca más sentí que me quisieran mis otros "amos".
   Pero Xavi murió. Le dió un infarto en la calle, entre sus cartones. Vino una ambulancia y se lo llevó. Yo quedé en aquella caja de cartón donde después algún niño me recogió...
   Y ahora comprendo, con el tiempo, lo que aprendí con mi padre. Él era libre en la calle. Ahora saboreo como él cada momento, sabiendo que puede ser el último.
  

sábado, 30 de mayo de 2015

Feria del libro Madrid 2015.

   


   Este año el lema de la Feria del Libro en su 74 edición es: "El amor está en lo que tendemos / (puentes, palabras)",  responde a los dos versos iniciales de uno de los poemas incluidos en el poemario Breve, son de José Ángel Valente, un poeta del que se conmemora el quince aniversario de su muerte en 2015.
   El cartel, creado por el artista madrileño Fernando Vicente, plasma el "amor por los libros" y representa, en palabras de su autor, "el flechazo que recibimos cuando la lectura nos atrapa y llegamos a pensar del libro que tenemos en la mano que alguien lo escribió para nosotros".

   El amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras ).
   El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).
   Y en lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.
   El amor está en cuanto levantamos
(torres, promesas).
   En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).
   Y en las ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero amor.
José Ángel Valente
"Breve son"   1968

Cantares.

  Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.
  Nunca persequí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;
yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.
  Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...
  Nunca perseguí la gloria.
  Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
  Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
  Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...
   Antonio Machado.
   


  Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
  Golpe a golpe, verso a verso...
  Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
  Golpe a golpe, verso a verso...
  Cuando el jilguero no puede cantar.
Cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar..."
  Golpe a golpe, verso a verso.
   Joan Manuel Serrat.



   Me gusta Serrat, pero en esta ocasión prefiero la versión de Miguel Rios.

   ¡Saludos!.


jueves, 21 de mayo de 2015

Raimunda.

  


   Entrar en el Palacio de Linares le producía cierto temor, a pesar de su escepticismo. Se había hablado mucho de la existencia de un fantasma y de raros fenómenos paranormales ocurridos durante las reformas efectuadas en el año 1990 para rehabilitar el Palacio. Una vez dentro, Rocío contempló los amplios salones que se sucedían uno tras otro. Era fascinante, y aunque ahora era la Casa de América y estaba decorado con cientos de objetos traídos del otro continente, Rocío se sintió transportada al siglo XIX, cuando el palacio vivía su máximo esplendor.
   El Palacio fué mandado construir por los marqueses de Linares, José Murga y Reolid y su esposa, Raimunda Osorio y Ortega, en 1877.
   Cuenta la leyenda que Mateo Murga, padre de José Murga, se opuso a la relación de su hijo con Raimunda, hija de una cigarrera de Madrid. Le envió a estudiar al extranjero para que se olvidara de ella.
   Don Mateo falleció tiempo después y José, ya sin el impedimento paterno, contrajo matrimonio con Raimunda, pero la historia popular cuenta que, un día, mientras ordenaba unos papeles de su difunto padre, encontró una carta que éste no llegó a enviarle y en la que confesaba la razón por la que se oponía a sus amores con la joven.
   Al parecer ella era el fruto de una relación extramatrimonial que había tenido don Mateo con una cigarrera y, por lo tanto, José y ella eran hermanos.
   José y Raimunda, conscientes del pecado incestuoso que habrían cometido, se habrían dirigido al papa Pío IX, quien finalmente les habría otorgado una bula papal denominada Casti convivere, esto es, vivir juntos pero en castidad. Sin embargo, el amor que se profesaban les habría hecho pasar por alto su relación de medio hermanos y habrían engendrado una hija, a la que habrían asesinado siendo niña para evitar un gran escándalo. Tal hija, Raimundita, habría sido emparedada o ahogada, y enterrada en el propio palacio y, según tal leyenda, hoy en día, seguiría su espíritu paseándose por los grandes salones del viejo palacio cantando canciones infantiles y llamando a sus padres.
   Otra versión cuenta que la niña fué llevada a un hospicio y que los marqueses la hicieron pasar por ahijada, le construyeron una casa de muñecas en el palacio, para cuando ella venía de visita.
       


   La única constancia documental que se tiene es la existencia de Raimunda Avecilla, más conocida como Mundita, que en definitiva, heredó el palacio al fallecer los marqueses.
   Fué en 1990, durante las obras de restauración del palacio, cuando volvieron a reavivarse todas las leyendas, al escuchar los obreros ruidos extraños y fenómenos paranormales, pero lo que más llamó la atención fueron las psicofonías realizadas por afamados parapsicólogos, los gemidos y frases como "Estamos aqui", "Mamá, mamá, nunca oí decir mamá", "Mi hija descansa, mi hija Raimunda".



   Rocio caminaba lentamente por los salones, como no queriendo perder ningún detalle de cuanto le rodeaba. Trataba de imaginar cómo había sido la vida en un lugar tan fastuoso. Grandes cuadros colgaban de sus paredes y los muebles, todos de época relucían sin una brizna de polvo. Tenía las manos frías, particularmente la derecha, que por momentos parecía sentir como si el roce de otra mano apretara la suya. Sacudió la mano como queriendo desprenderse de ese algo que le oprimía. Se acercó a una vitrina de cristal reluciente, en su interior las copas de Bohemia hacían reflejar su imagen en cada una de las copas. Miró su mano derecha en aquel reflejo, junto a ella vió una pequeña mano muy blanca, era la mano de una niña de grandes ojos que observaba a través del cristal.
   Rocío, por unos instantes quedó quieta, después logró girarse nerviosa, pero no vió nada, movió su mano, asegurándose que nada le oprimía.
   Volvió a mirar la vitrina, solo vió su rostro confuso reflejado en el vidrio. Estaba sola en aquella sala, el grupo de visitantes con los que había entrado, había seguido al guía que con solemnidad iba explicando cada detalle del palacio.
   Rocío prefería ver las cosas más lentamente y detenerse a observar pequeños detalles que pudieran pasar desapercibidos a cualquiera. Junto a una puerta vió un enorme jarrón, a modo de ánfora, sus llamativos colores le hicieron acercarse. Trás en jarrón, acurrucada en el suelo, Rocío vió una niña de grandes ojos...
    - ¿Que haces aqui?, ¿Perdiste a tu mamá?.
   La niña no responsió, sólo tomó de la mano a Rocío, tiró de ella hasta una silla antigua, tapizada de rojo. Rocío se sentó en ella, y la niña saltó sobre sus piernas.
   -Tengo frío - fué lo único que dijo -.
   Rocío la abrazó, sintiendo el frío intenso de aquella niña, la abrazó para transmitirle todo el calor que corría por su sangre. Pero la niña seguía helada y pálida. Y Rocío empezó a sentir también como un frío lento le calaba los huesos.
   - Eres Raimunda, ¿verdad?, dijo Rocío con apenas un hilo de voz.
   La niña asintió con la cabeza y abrazó más fuerte a Rocío.
   - Mamá, mamá...
   Al día siguiente la noticia estaba en todos los diarios y en las cadenas de televisión:
   Encontrada muerta una mujer en el Palacio de Linares. Al parecer sufrió un infarto, pudo llegar hasta una silla donde falleció. La autopsia desvelará las causas reales de su muerte, pero todo indica que fué por causas naturales.
   Las cámaras de seguridad registraron las imágenes de la mujer con una niña de la mano, pero nadie, ni visitantes, ni vigilantes ni demás trabajadores del palacio habían visto a esa niña de grandes ojos, es más, aseguraban que ese día no entró ningún niño con los visitantes.
   La leyenda continúa...