miércoles, 9 de julio de 2014

Mundo submarino. (4)

 



Diego perdió la noción del tiempo. Al principio contaba los días amontonando piedrecitas, cada día colocaba una. Pero ya no había más piedras en aquel islote, y al final Diego desistió y se olvidó del tiempo.
   No le faltaba nada para vivir, salvo la libertad... Marina le proporcionaba todo lo que necesitaba. Cuando estaba a su lado se sentía como hipnotizado, no tenía deseos de escapar. Todos sus deseos eran para Marina, se acostumbró al tacto frío de sus labios, de sus manos. Era una mezcla de dulzura y pasión que nunca le había dado nadie.
   Cuando estaba triste, ella emitía unos sonidos similares a canciones, que le calmaban, eran como una droga para él.
   Solo cuando Marina se ausentaba volvían sus deseos de libertad. Era entonces cuando quería escapar. Lo intentó varias veces. Tal como pensó, bajo el mar era imposible salir, recordó aquel estrecho túnel. Aún así saltó al agua por si había alguna otra salida. Buceó, pero sus pulmones no pudieron contener tanto oxígeno, le faltaba la respiración. Se preguntó por dónde habían escapado los otros. Entonces miró hacia arriba. Vió la roca escarpada y al final la luz.
   - ¿Y si por ahí...?. El próximo día lo intentaré, hoy estoy agotado.
   Pero Marina se ausentaba muy poco, y cuando ella estaba, Diego no tenía voluntad propia. Vivía un dulce cautiverio a su lado.


   Al fín, un día intentó la escapada hacia arriba. Marina fué a buscar alimentos. Diego sabía que tardaría un buen rato en volver. Trepó por las rocas, al principio fué fácil, eran rocas pequeñas, similares a escalones. Pero más arriba eran escarpadas y estaban erosionadas por la acción del agua que caía entre ellas. Resbalaba. Debía ir con cuidado. Mucho cuidado.
   Apenas podía agarrarse. Llegó un momento que le pareció tan imposible subir como bajar..., pero debía intentar llegar arriba.
   Como era inevitable, Diego resbaló y cayó...
   Marina lo encontró en el suelo herido.
   -¡Diego!, ¿Qué te pasó?.
   - Me dí contra una roca, nadando...
   Diego olvidó que Marina leía su pensamiento. Ella frunció el ceño.
   -Ya...
   Tenía una herida abierta en la pierna que sangraba mucho, le hizo un torniquete con la cadena.
   - No te muevas, ahora vuelvo.
   Diego apenas podía moverse, se quedó quieto esperando a que volviese. No tardó mucho, traía unas algas curativas que colocó a Diego en la herida.
   - Ésto te curará - dijo -.


   Pero la herida era muy profunda y terminó infectándose. Diego tenía fiebre, y cada vez más alta.
   Marina no sabía que hacer.
   En sus delirios, Diego le decía que la quería, pero que le quedaban pocos días de vida. Que solo podrían curarle en un Hospital.
   - ¿Qué es un Hospital?.
   - Un lugar donde curan a los enfermos - pensó medio en sueños Diego-.
   Marina lloraba. Por primera vez supo lo que era llorar. Su decisión fué muy difícil. Lo primero era conseguir una botella de oxígeno. Nadó más rápido que nunca hasta el club náutico, pero no vió ningún barco allí. Un poco más lejos divisó una lancha neumática, más que nadar, voló hasta ella. Estaba anclada, no había nadie dentro. En su interior, varios pulpos aún se movían. Supuso que abajo estaría el submarinista. Siguió observando, y al fín dió con lo que buscaba. Tomó la bombona de oxígeno y volvió a la cueva.
   Diego estaba cada vez peor. Ya no la conocía
   - ¿Quién eres?.
   Marina le colocó la boquilla, y puso la botella a su espalda, lo tomó en brazos y se lanzó al agua
   Nadó y nadó. Debía dejarle donde pudieran encontrarle pronto.
   Llegó hasta el islote de Benidorm. Había gente cerca, en un yate.
   Marina empezó a cantar para atraer su atención.
   Dos jóvenes saltaron al agua y se acercaron nadando. Encontraron a Diego.
   - Está muy mal. Se habrá caído, debe llevar varios días aquí.
   Llamaron por el móvil a emergencias. Rápidamente llegó un helicóptero que trasladó a Diego al Hospital de Denia.


                                     (Continuará).
 

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