lunes, 28 de julio de 2014

Muerte en la Línea 5. (Capítulo I)

   El tren llegó al final del trayecto. Los viajeros se dispusieron a bajar apresurados. En unos minutos, ya no quedó nadie dentro..., salvo una joven que permanecía sentada, ensimismada con un juego del móvil, en el primer vagón.
   Era la hora del relevo de los conductores. Se saludaron, y uno de ellos se percató de que aún había alguien dentro del vagón.
   - Señorita, es el final de Línea - le dijo, dándole en el hombro -.
   Su cuerpo cayó hacia un lado, como si fuera de plomo. El teléfono se escurrió de entre sus manos hasta el suelo. Uno de los conductores intentó encontrarle el pulso. Era inútil, estaba muerta.


   La autopsia desveló que había muerto por una hipoglucemia, aparentemente por muerte natural.
   Era el tercer cadáver que se encontraba en quince días en la Línea 5 del Metro de Madrid. Y todos de chicas jóvenes.
   La primera, Andrea. Fué encontrada muerta en las escaleras mecánicas de Alonso Martínez. Nadie vió nada. Cayó desde arriba y se fracturó el cráneo. El informe médico y policial dedujo que fué un accidente.
   Belinda era una joven que a falta de trabajo estable, tocaba el violín, casi siempre en el largo pasillo de Acacias. Su música se escuchaba desde que bajabas del tren hasta que hacías el transbordo en Embajadores. Era un deleite escucharla. Apareció muerta. Su violín y su dinero estaban intactos.
   El forense dijo que murió por sobredosis de alguna droga sintética.
   Y ahora Carmen. En Alameda de Osuna. Todas muertas en la Línea 5. Sin relación entre ellas. Y sin nada que hiciera sospechar a la policía que pudiera haber alguien tras esas muertes.

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