domingo, 20 de marzo de 2016

Amuleto

   Abrí la mano y contemplé aquella llave oxidada, era grande, como si perteneciera a la cerradura de algún viejo castillo medieval. La palma de mi mano estaba manchada por la herrumbre y el efecto del sudor. Estaba nerviosa.
   Introduje la llave en el ojo de la cerradura e intenté girarla. La moví a ambos lados, pero se resistía a abrir. El óxido en su interior hacía chirriar la cerradura. Al segundo intento la llave cedió hacia la izquierda, y la puerta se abrió.
   Dentro estaba todo oscuro, sentí una mezcla de miedo y deseos de explorar el interior de aquel lugar. Parecía abandonado, olía a cerrado, casi costaba respirar. El suelo estaba lleno de juguetes, puzzles viejos, restos de actividades pasadas, de vivencias, se diría que el tiempo se detuvo allí por algún motivo y todo quedó abandonado...
   Caminé con cuidado en la oscuridad con miedo a tropezar con algo, pero con seguridad, como si me conociera el sitio como la palma de mi mano. Al fondo ví una luz tenue que me hizo avanzar más deprisa. A medida que me acercaba, escuché una música que era cada vez más audible hasta que llegué a la luz, que resultó ser la rendija de una puerta entreabierta. Acerqué un ojo al tímido resplandor y miré hacia el otro lado. Ví el interior de una habitación, la cama estaba deshecha. Dentro, tras un libro, se adivinaba la silueta de una persona. Un gato dormía a sus pies hecho un ovillo. Observé la estancia con precaución de no hacer ruido. Casi sin respirar. Escuchaba latir mi corazón con temor, pensando que también podría escucharlo aquella persona. Y latía deprisa, descontrolado.
   El gato se despertó y tras desperezarse caminó por encima de las sábanas hasta llegar a la almohada. Entonces las manos que sujetaban el libro descendieron y pude ver el rostro de un muchacho joven que miró al minino con cariño dedicándole una sonrisa. El gato le devolvió el saludo a su manera, se colocó sobre su pecho y después de lamerle la mejilla con ahinco, le mordisqueó la oreja. Luego se quedó mirando fíjamente la puerta, y después de maullar, se tiró al suelo.
   Retiré el ojo de la puerta y retrocedí varios pasos. El gato me había descubierto y sólo se me ocurrió huir.
   Me alejé deprisa, volviendo la cabeza de vez en cuando por si el gato me seguía, afortunadamente no lo hizo, por lo que aminoré el paso y descansé. Me senté en una silla que estaba junto a una pequeña mesa, sobre ella había varios objetos que no podía apreciar bien en la oscuridad. Al tacto sentí que uno de ellos era una linterna, no podía ser verdad, pensé que las pilas estarían gastadas, era demasiada casualidad y demasiado bonito que aquella linterna estuviera allí, como esperando que la encontrara. Apreté el botón de encendido y un haz de luz iluminó los demás objetos de la mesa. Me llamó la atención una nariz roja, como de payaso. La tomé en mis manos y sentí una extraña sensación de paz. La nariz estaba cubierta de polvo, que al soplar me hizo estornudar. Cerré los ojos y sonreí, luego le saqué brillo con el codo. Tuve tentaciones de llevármela pero volví a dejarla sobre la mesa. También había un dibujo de un extraño animal, como una serpiente que se mordía la cola.
   Sentí que algo corría entre mis piernas, pensé en la serpiente y de un salto me puse sobre la silla. Vi pasar un perro caniche negro corriendo con una media en la boca,  al pasar bajo la silla, tiró una caja de la que salieron montones de pequeñas anillas, algunas estaban engarzadas, parecía una cota de malla, de aquellas que usaban en la Edad Media para protegerse. Volví a colocar las anillas en la caja y tomé la linterna.
   Continué por un pasillo, ahora más tranquila gracias a la luz que me hacía sentir más segura, si bien, cada vez se iba debilitando, por lo que pensé que debía darme la vuelta pronto. Enfoqué aquel pasillo que parecía no tener fin. Unos metros delante, en la pared vi algo, no se apreciaba bien qué era, me acerqué más y ví una huella de una mano en la pared, parecía estar hecha con sangre, era de un color rojo oscuro, aunque no parecía ser reciente. Sentí una presencia tras de mí, al mismo tiempo que la linterna cayó de mi mano al suelo, apagándose definitivamente. Y luego el filo, sentí el filo cortante de un cuchillo en mi garganta, junto a una respiración al lado de mi oído. Intenté correr, pero al moverme el cuchillo se hundía más en mi cuello. Noté la sangre caliente resbalar como un hilillo hacia mi pecho. No sé cuanto tiempo permanecí allí inmóvil, sin ni siquiera un mínimo de valor para defenderme, como resignada a morir. La presión del cuchillo cedió, y al sentirme libre de ella, caminé hacia delante despacio, sin mirar atrás, a la vez que me llevaba la mano al cuello y tocaba la sangre que poco a poco iba coagulando.
   Aturdida y desorientada en la oscuridad, llegué de nuevo a la habitación entreabierta, lo que me hizo, en cierto modo, tranquilizar. Al menos era el camino de salida. Volví a mirar por la rendija y esta vez la habitación parecía estar vacía. No ví al muchacho en la cama. Abrí un poco más la puerta. En una percha estaba colgado un traje de artes marciales. En una esquina estaba el escritorio, de un salto, el gato subió al teclado del ordenador, me tapé la boca para no reirme. El gato jugaba con un llavero mientras sonaba de fondo la música de Pablo Alborán, "Y tú, y tú, y solamente tú, haces que mi alma se despierte con tu luz..."
   Con la sonrisa aún en los labios, seguí retrocediendo buscando la salida. A pocos metros de la entrada, sentí cómo un fuerte temblor ascendía a lo largo de mi cuerpo, todo se movía, mis pies se enredaron en algo que parecía ser un colgante, lo recogí y corrí todo lo deprisa que pude mientras alrededor todo se derrumbaba. Llegué a la puerta sin aliento y tras traspasarla, todo se vino abajo. Solo había polvo y escombros.
   Entonces pude contemplar el colgante que seguía en mi mano, lo único que se salvó de ahí dentro. Era una hoja verde y maltrecha que alguien había perdido en aquel pasillo, y que ahora para mí era como un amuleto que me ayudó a salir con vida de aquel derrumbe, un talismán que jamás me quitaría de mi cuello.
   Aturdida, caminé sin rumbo y al volver la vista atrás, a lo lejos y entre las ruinas, ví una niña caminando entre las piedras. Levantó los ojos y me miró fijamente. La miré pero no pude aguantar aquella mirada, me dí la vuelta y seguí caminando sin volver la vista atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario