jueves, 3 de septiembre de 2015

Búscame(III)

   Néstor entró al avión lentamente, ayudado por dos muletas. Una escayola cubría su pierna izquierda, que previamente había sido recubierta por varias bolsas de cocaína. Se acomodó en su asiento de primera clase ayudado por una azafata. Había logrado pasar todos los controles en el aeropuerto de Bogotá sin levantar ninguna sospecha. Pero sabía que el peligro estaba en Madrid, donde los controles eran más férreos, sobre todo con los vuelos procedentes de Colombia.
   No tenía miedo. Prefería pasar el resto de su vida en una prisión española que vivir como lo había hecho los últimos tres años.
   Pasó casi todo el viaje durmiendo, estaba tranquilo, aunque sabía que, casi seguro, en Barajas los perros policía detectarían la cocaína del interior de su escayola.
  
   El cielo de Madrid era de un azul turquesa, era raro, estaba limpio de contaminación ese día, y el avión comenzó a descender rumbo a la pista de aterrizaje.
   Una vez en tierra, Néstor desabrochó su cinturón y, ayudado de nuevo por la azafata, se apoyó en sus muletas y atravesó el túnel que le llevaría a la terminal del aeropuerto.
   No le temblaba un solo músculo al pasar por los controles. No levantó sospechas, por el contrario, todo fueron facilidades y ayudas. No corrieron la misma suerte dos pasajeros de su mismo vuelo, que fueron apartados, cacheados, y posteriormente conducidos esposados a un furgón de la policía.
   Néstor se vió fuera..., no podía creerlo, estaba en Madrid y libre. Durante el viaje se fué mentalizando de que pasaría mucho tiempo en la cárcel, y ahora estaba desconcertado, aunque feliz. Faltaba el último paso, entregar la droga al traficante que debía estar esperándole en el aparcamiento.
   Un taxista, al verle salir le abrió la puerta de su taxi y quiso ayudarle a subir cargando la bolsa que llevaba en bandolera como único equipaje.
   - Gracias. Pero vienen a recogerme - dijo Néstor amablemente -.
   Un coche con las lunas tintadas se aproximó. La puerta de atrás se abrió y Néstor procedió a entrar.
   En el interior, dos hombres le aguardaban. Sin mediar palabra, el conductor aceleró el coche rumbo a la A-2. Néstor le contemplaba a través del espejo retrovisor, sus miradas se cruzaban pero ninguno hablaba. El otro hombre iba sentado a su lado, algo sobresalía bajo su chaqueta, Néstor intuyó que era una pistola, intentó mantener la calma, sabía que estaba en sus manos y que cualquier movimiento podría ser fatal.
   Pasaron la Alameda de Osuna,  después Canillejas, el coche continuó por la Avenida de América hasta tomar el desvío al Parque Conde de Orgaz, era una zona muy exclusiva de chalets donde Néstor no había estado nunca.
   El coche atravesó una gran puerta de hierro que se abrió automáticamente. Al fondo, entre amplios jardines se vislumbraba una mansión blanca. El conductor detuvo el automóvil en la puerta principal. El hombre de atrás hizo un ademán dejando ver su pistola y salió del coche. Abrió la puerta a Néstor y le ayudó a salir.
   Dentro de la casa esperaba otro hombre que, como los otros dos, sin mediar palabra, se llevó a Néstor a una habitación. En su interior había una camilla, donde el hombre tumbó bruscamente a Néstor. Con cuidado - no por hacer daño a Néstor, sino por no romper las bolsas de droga - cortó la escayola, quitó con cuidado la tela impregnada en azufre y amoniaco, para despistar el olfato de los perros, y sacó una a una las diez bolsas de cocaína. Después sacó un sobre del interior de un cajón del escritorio y se lo dió a Néstor, acompañándole de nuevo a la puerta de salida.
   El conductor volvió a abrirle la puerta, y una vez dentro le preguntó dónde quería ir.
   - A la Puerta del Ángel, por favor.
   El automóvil atravesó Madrid de Este a Oeste hasta llegar al antiguo domicilio de Néstor. El coche dió un frenazo brusco. El hombre volvió su cara hacia el asiento trasero.
   - Y recuerda, nunca me has visto, ni a mí ni a mis colegas - dijo volviendo a dejar entrever la pistola -.
   Néstor bajó del coche, que al instante desapareció.
   Se sentía muy cansado, el dengue le había dejado secuelas importantes, quería descansar, por fín en casa. Pero tenía miedo de volver, después de tanto tiempo, y de la manera que se fué, sin decir nada.
   No se atrevía a llamar al portero automático, prefirió esperar que llegara algún vecino que le abriera la puerta.
   Al rato se acercaron dos niños a los que no conocía, y tocaron un timbre. La puerta se abrió, y Néstor entró con ellos. Subió por la escalera hasta el tercer piso, respiró profundo y llamó a la puerta marcada con la letra A. Sintió que estaba mucho más nervioso incluso que ante los matones colombianos. No sabía que explicación dar a sus padres, ni cómo le recibirían.
   Una mujer joven abrió la puerta.
   - ¿Quién eres? - dijo Néstor-.
   La dueña de la casa, ¿qué quieres?.
   Yo soy el hijo de los propietarios, ¿te alquilaron la casa?.
   No, no, yo soy la propietaria. Compré la casa hace un año.
   Néstor estaba desconcertado, tenía miedo de preguntar.
   - ¿Sabes algo de los antiguos propietarios?.¿Dónde fueron?.
   Compré el piso a un hombre mayor, al parecer su mujer falleció y él prefirió irse a una casa más pequeña, pero no sé dónde. Lo siento...
   Néstor bajó las escaleras con el rostro cubierto de lágrimas. Ya en la calle, se sentó en un banco, nunca encontraría consuelo, nunca se perdonaría el haberse ido de esa manera.
   Sintió como algo húmedo mojaba su mano. Miró a su derecha y vió un perro lamiéndole, su imagen era borrosa, Néstor se secó las lágrimas con la otra mano.
   - ¿Sasha?... ¡Sasha!.
   Néstor abrazó al perro como si fuera lo único que tenía en el mundo. Y realmente así era.
   Caminaron juntos por el Paseo de Extremadura, bajo el viaducto, hasta llegar a la catedral de la Almudena. Cuantas veces había hecho ese mismo recorrido, el Palacio Real...le pareció aún más hermoso, y los jardines, su olor, era como volver a la infancia. Pasó por la puerta del Senado y llegó a la Plaza de España. Estaba exhausto, aquel paseo que siempre hizo sin dificultad, ahora le dejaba sin aliento. Se sentó en un banco a la sombra. Sasha siempre a su lado. Tenía hambre, pero prefirió descansar un poco antes de comer. Llevaba el sobre del dinero en el bolsillo, ni siquiera lo había contado, al menos le ayudaría a sobrevivir durante un tiempo.
   Con los ojos entreabiertos, Néstor vió a lo lejos una estatua, era Don Quijote, a caballo, y al lado Sancho. Un sudor frío le recorrió todo el cuerpo. Recordó la estatua, y el sueño como si fuera reciente. 



   Estaba inmóvil, como otra estatua más de la plaza. Sintió una presencia, pero no podía moverse, ni siquiera podía volver la cara. Una mujer rubia se colocó ante él.
   - Me buscaste sin descanso por medio mundo, y dos veces estuviste a punto de encontrarme. Ahora soy yo quien te busca a tí.
   La mujer llevaba una capa, por la que asomaba lo que parecía ser una guadaña. Ella se acercó a Néstor y al roce de sus mejillas, el volvió a sentir aquella misma sensación placentera.
   La mujer se alejó. Junto a Néstor quedó Shasa, aullando...

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