martes, 25 de agosto de 2015

Búscame(II)

   La travesía duró una semana, que a Néstor se le hizo eterna. Sin apenas comida ni agua el interior oscuro de esa bodega cada día le parecía más su propia tumba. El barco aminoró la marcha a la entrada del puerto de Nueva York y así Néstor comprendió que, al fín, había llegado a su destino.
   El barco hizo diferentes maniobras hasta que por fin se detuvo. Néstor esperó desfallecido entre los contenedores a que alguien abriera por fín el portón de la bodega. Al rato una tenue luz asomó al fondo. La luz se fué haciendo más intensa a medida que la puerta se abría más y más, hasta que quedó completamente abierta y la claridad entró cegando a Néstor. El ambiente se hizo más respirable al entrar también el aire, y Néstor llenó sus pulmones de oxígeno, de ese aire renovado que le hizo reaccionar.
   Ahora debía pensar cómo salir de allí sin ser visto. Esperó y observó a quienes entraban para enganchar los contenedores a las grúas. No eran muchos, le costaría pasar por uno de ellos, además llevaban acreditación.
   Néstor se subió el cuello de la camisa, como queriendo pasar desapercibido, pero consiguió todo lo contrario, llamó la atención de un vigilante que se encontraba en la cubierta del barco. Éste le dió el alto, pero Néstor corrió por el barco hasta verse acorralado. Sabía que si le atrapaban  iría a la cárcel, y en Estados Unidos los españoles e hispanos se podían pudrir en prisión esperando un juicio justo.
   Rodeado por cuatro vigilantes armados, Néstor prefirió saltar al mar que verse atrapado. Las heladas aguas del Atlántico le hicieron sentir como agujas clavándose en su cerebro, hasta que, casi de forma inmediata perdió el conocimiento.
   Un pasillo de luz intensa se hizo ante sus ojos, al fondo una amazona rubia, cubierta con una capa con capucha, le invitaba a subir a su caballo.
   Estuvo dos meses en coma en un hospital. Cuando despertó apenas recordaba nada, ni siquiera sabía que estaba en América. Preguntó por una mujer rubia, lo único que alcanzaba a recordar. Pero los médicos decían que nadie le había visitado en ese tiempo, le pusieron al día de su situación, la policía esperaba que despertara para interrogarle.
   Néstor tenía miedo. Decidió prolongar su amnesia más tiempo para pensar como escapar.
   Era de noche, en el armario estaba su ropa, ajada, no así su documentación, que seguramente tendría la policía a buen recaudo. Néstor se vistió y escapó sin ser visto.
   Anduvo por las calles, entre la gente, tratando de pasar desapercibido, pero presentía que todos le miraban, era un indocumentado, no podía seguir mucho tiempo en Nueva York. Tenía que dejar Estados Unidos. Decidió ir a Méjico y tratar de recuperar su documentación a través de la embajada.
   Pero el embajador le dijo que había una orden de captura de la Interpol y que debía entregarle a la policía. Néstor miró a su alrededor, y viendo que en la sala solo estaban ellos dos, echó a correr a todo cuanto dieron sus piernas.
   Tres años estuvo Néstor recorriendo el cono sur. Ya sin ilusión, sin recordar muy bien qué le había traído ahí. En Colombia contrajo el dengue, y estuvo a punto de morir en un hospital si no hubiera sido por Lorenzo, un adinerado empresario que pagó su tratamiento. Néstor le debía la vida y Lorenzo estaba sispuesto a cobrársela.
   Lorenzo era en realidad un narcotraficante de la peor calaña. Se dedicaba a socorrer a los pobres en su propio beneficio. Los utilizaba como correos para introducir cocaína en los aeropuertos.
   A Néstor le proporcionó documentación falsa y la posibilidad de volver a España. Y eso era todo lo que él quería, volver...
  
      (Continuará...)

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