viernes, 18 de septiembre de 2015

Ente

   Caminaba deprisa por la calle, soplaba el viento y amenazaba lluvia. Su casa aún quedaba lejos, aceleró el paso cuando vió el primer relámpago. Casi al mismo tiempo rompió a llover. Sintió unos pasos tras él, se volvió pero no vió a nadie. Echó a correr, la lluvia mojaba toda su ropa. Volvió a escuchar los pasos, ahora más deprisa, como si alguien corriera queriendo alcanzarle. Aitor se detuvo en seco. Se dió la vuelta para ver quien era. El agua resbalaba por su cara y calaba todo su cuerpo. Pero la calle estaba desierta. Caminó entonces de espaldas intentando ver si había alguien escondido por algún lado. Mal dia para andar con juegos, pensó. Se dió la vuelta y siguió corriendo hasta llegar a su casa. Atravesó el jardín hundiendo sus pies en el barro y al fin llegó a la puerta. Ya dentro de casa, Aitor se cambió de ropa, se preparó un sandwich, abrió una cerveza y se encerró en su habitación junto al ordenador. Se pasaba horas mirando páginas de aviación, estudiaba para piloto, y chateaba con compañeros y amigos con su misma pasión. Un trueno hizo temblar el cristal de la ventana. Aitor se levantó para bajar la persiana, después volvió a sentarse frente al ordenador. En la pantalla, una especie de laberinto le invitaba a jugar, las luces parpadeaban, lo que molestó a Aitor, que cerró de inmediato el juego. Estaba cansado, apagó el ordenador y se fué a dormir.
   Al día siguiente amaneció con un sol radiante, como si la tormenta hubiera sido un sueño. Después de desayunar, Aitor salió apresuradamente de casa, atravesó el jardín, aún seguían las huellas de sus zapatos. Retrocedió y volvió a mirar esas marcas en el barro. Luego pisó al lado y comparó las huellas. El dibujo de ambas era diferente, y las primeras eran más profundas, como si alguien hubiera pisado sobre sus huellas. Ahora ya estaba seguro de que alguien le había seguido. Se alejó meditabundo.

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