domingo, 20 de septiembre de 2015

Ente (II)

   Ya de regreso, Aitor hizo el mismo recorrido que el dia anterior. Salvo que tuviera que ir a algún sitio, generalmente siempre volvía a casa por el mismo camino.
   Miraba a todos lados por ver si alguien le seguía. Pero no escuchó pasos ni vió a nadie. Casi llegando a casa oyó unas pisadas cada vez más cerca. Aitor se detuvo como para encender un cigarrillo. Un hombre pasó por su lado adelantándole, su paso era ligero, como si llevara prisa. Pronto desapareció de su vista tras doblar una esquina.
   Llegó a su casa y no pudo pasar de largo sin mirar las huellas del jardín, que seguían ahí, profundas, pero trató de no darles importancia y no obsesionarse más.
   Se preparó la merienda y encendió el ordenador, como ya era costumbre. De nuevo apareció en la pantalla una invitación al juego del laberinto. Aitor lo cerró, pero al rato volvió a ocupar la pantalla con sus luces intermitentes. Lo cerró una y otra vez, hasta que, harto y también movido por la curiosidad, pinchó en el play.
   "Acabas de entrar en mi juego. Mi nombre es Ente y a partir de ahora tu vida está en mis manos. Solo la recuperarás si logras salir del laberinto, para lo cual deberás superar varias pruebas. Habrá pruebas de color blanco o negro, dependiendo del tipo de prueba. El blanco estará relacionado con el bien y el negro con el mal. Ahora tu mente me pertenece. ¡Suerte!".
   Aitor pulsó "Continuar" y entonces apareció "su" laberinto. El recorrido era el que hacía todos los días desde la salida del metro hasta su casa. Aparecían todos los comercios, viviendas y lugares por donde transitaba a diario.
   Para salir del laberinto debía hacer el trayecto a la inversa, es decir, desde su casa hasta la boca del metro.
   La primera prueba era blanca. Debía sacar a pasear al perro de la vecina que se encontraba en la cama con fiebre a causa de la gripe.
   Aitor se rió, no haría eso ni ninguna otra cosa. Cerró el ordenador.
   - Vaya juego tonto-masculló-.
   Salió al jardín y se sentó a leer en una hamaca. Su madre volvía de casa de la vecina.
    - Montse está con fiebre. No puede moverse de la cama. Le prepararé un caldo.
   Aitor levantó la mirada por encima del libro pero no dijo nada.
   Al rato, su madre salió apresurada con un pequeño puchero entre las manos. Aitor se levantó y echó a correr tras ella.
   - Espera, te acompaño.
   Su madre le miró extrañada pero le sonrió. Abrió la puerta con la llave que le dió Montse y fué derecha a la habitación con el caldo.
   Aitor se rezagó y buscó por la casa a Choco, el perro de Montse, que ni siquiera les había ladrado al entrar. Estaba tumbado en una alfombra y al acercarse Aitor comenzó a mover el rabo. Le acarició la cabeza. El perro le miraba como queriéndole decir algo, casi suplicando.
   Aitor fué entonces a la habitación de la vecina y se ofreció a sacar al perro a la calle mientras Montse estuviera enferma.
   - Gracias, es un detalle de tu parte.
   Aitor puso la correa a Choco y lo sacó de paseo.
   A partir de ese día Aitor se mostró diferente. Parecía haberle cambiado el carácter, se volvió introvertido, pasaba más tiempo en su habitación junto al ordenador.
   - ¡Ente!
   -¿Quién es Ente?, dijo su madre que justo pasaba por delante de la puerta de su cuarto.
   - Ehhh...Vicente, un amigo. Ente es un diminutivo.

   La siguiente prueba también era blanca. Aitor debía ayudar al frutero a repartir la fruta a domicilio. Su hijo se había roto una pierna al caerse de la moto y no podía conducir. Aitor fué a la frutería a comprar un kilo de manzanas y se ofreció de repartidor.
   - Gracias Aitor, te daré una buena propina.
   - No, gracias, señor Paco, no se preocupe, lo haré gratis.
   Cargó las cajas en la furgoneta y se fué a repartir.
   Paco, el frutero, le miró extrañado, nadie rechaza una propina, ni se ofrece a trabajar gratis.
  
   La tercera prueba era negra. Debía romper el cristal de la farmacia y robar algo del escaparate. Aitor comenzó a sudar, nunca había hecho nada parecido y pensó que no sería capaz.
   Esperó a que cerraran, y cuando empezó a anochecer, Aitor tomó una enorme piedra que estampó contra el cristal de la farmacia. Saltó la alarma. Aitor cogió una caja de pastillas del escaparate roto y salió corriendo. Sintió la adrenalina recorriendo su cuerpo hasta llegar a la cabeza.
   A partir de ahí, prefirió las pruebas negras, esa sensación de conseguir escapar, ese vértigo del riesgo. El mal se imponía sobre el bien para Aitor.
   Así continuó intercalando pruebas de color blanco y negro.
   Casi al final del recorrido del laberinto, le salió otra prueba negra. Debía robar el bolso a una chica que todos los días espera el autobus a la misma hora en la parada que está al lado del metro.
   Aitor miró desde lejos. Eran las ocho de la tarde. Una joven permanecía sentada en el banco de la marquesina de la parada del autobús 70, justo al lado del metro. Se acercó con decisión, la prueba era fácil, un simple tirón y ya estaba. La chica llevaba en la mano derecha un bastón, eso contrarió a Aitor, era ciega. Cuando ya se encontraba junto a ella, Aitor vaciló, hizo un intento de robarle el bolso, pero no pudo..., luego apareció una mujer que se sentó junto a la chica invidente.
   Aitor regresó a casa cabizbajo.

  

No hay comentarios:

Publicar un comentario