viernes, 19 de diciembre de 2014

Navidad.

   Como cada año, Carlos acudió al centro de Madrid en Navidad. Él sabía que las cosas eran diferentes desde hacía un año, aunque no entendía muy bien el por qué.
   Su padre se quedó en paro, y tras varios meses sin poder pagar la hipoteca, el banco les embargó la vivienda. Ahora vivían en casa de sus abuelos maternos, y aunque con estrecheces, al menos no les faltaba un plato de comida.
   Este año Papá Noel le dejó un osito de peluche, que Carlos llevaba abrazado mientras contemplaba el espectáculo de Cortylandia. A su alrededor, otros niños jugaban con sus respectivos juguetes, la mayoría electrónicos, otros niños estrenaban bicicleta o patines. Carlos otros años también recibió muchos juguetes, por eso miraba a los niños con cierta envidia, pero callaba...
   Su madre hizo un gran esfuerzo para llevarle a ver la ciudad iluminada, para que Carlos pudiera disfrutar como siempre de la Navidad. 
    En una esquina de la Gran Vía, Carlos vió un niño de aspecto triste abrazado a su madre. Estaban sentados en el suelo y apenas unas monedas sobre un cartón parecían ser su única posesión.      
    La gente pasaba a su lado sin ni siquiera mirarlos. Un hombre que corría a coger el autobus, dió una patada al cartón y las monedas se diseminaron por la acera.    
    Carlos se soltó de la mano de su madre y corrió a recogerlas. Miró al niño, y sin dudarlo, le dió su osito de peluche. Después volvió a agarrarse a su madre y continuó caminando. Al volver la vista atrás vió al niño abrazado al oso, apretó la mano de su madre, que agachándose le besó en la frente.   
     Así fué como Carlos descubrió que el verdadero espíritu de la Navidad está en compartir y hacer felices a los demás.



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