jueves, 21 de mayo de 2015

Raimunda.

  


   Entrar en el Palacio de Linares le producía cierto temor, a pesar de su escepticismo. Se había hablado mucho de la existencia de un fantasma y de raros fenómenos paranormales ocurridos durante las reformas efectuadas en el año 1990 para rehabilitar el Palacio. Una vez dentro, Rocío contempló los amplios salones que se sucedían uno tras otro. Era fascinante, y aunque ahora era la Casa de América y estaba decorado con cientos de objetos traídos del otro continente, Rocío se sintió transportada al siglo XIX, cuando el palacio vivía su máximo esplendor.
   El Palacio fué mandado construir por los marqueses de Linares, José Murga y Reolid y su esposa, Raimunda Osorio y Ortega, en 1877.
   Cuenta la leyenda que Mateo Murga, padre de José Murga, se opuso a la relación de su hijo con Raimunda, hija de una cigarrera de Madrid. Le envió a estudiar al extranjero para que se olvidara de ella.
   Don Mateo falleció tiempo después y José, ya sin el impedimento paterno, contrajo matrimonio con Raimunda, pero la historia popular cuenta que, un día, mientras ordenaba unos papeles de su difunto padre, encontró una carta que éste no llegó a enviarle y en la que confesaba la razón por la que se oponía a sus amores con la joven.
   Al parecer ella era el fruto de una relación extramatrimonial que había tenido don Mateo con una cigarrera y, por lo tanto, José y ella eran hermanos.
   José y Raimunda, conscientes del pecado incestuoso que habrían cometido, se habrían dirigido al papa Pío IX, quien finalmente les habría otorgado una bula papal denominada Casti convivere, esto es, vivir juntos pero en castidad. Sin embargo, el amor que se profesaban les habría hecho pasar por alto su relación de medio hermanos y habrían engendrado una hija, a la que habrían asesinado siendo niña para evitar un gran escándalo. Tal hija, Raimundita, habría sido emparedada o ahogada, y enterrada en el propio palacio y, según tal leyenda, hoy en día, seguiría su espíritu paseándose por los grandes salones del viejo palacio cantando canciones infantiles y llamando a sus padres.
   Otra versión cuenta que la niña fué llevada a un hospicio y que los marqueses la hicieron pasar por ahijada, le construyeron una casa de muñecas en el palacio, para cuando ella venía de visita.
       


   La única constancia documental que se tiene es la existencia de Raimunda Avecilla, más conocida como Mundita, que en definitiva, heredó el palacio al fallecer los marqueses.
   Fué en 1990, durante las obras de restauración del palacio, cuando volvieron a reavivarse todas las leyendas, al escuchar los obreros ruidos extraños y fenómenos paranormales, pero lo que más llamó la atención fueron las psicofonías realizadas por afamados parapsicólogos, los gemidos y frases como "Estamos aqui", "Mamá, mamá, nunca oí decir mamá", "Mi hija descansa, mi hija Raimunda".



   Rocio caminaba lentamente por los salones, como no queriendo perder ningún detalle de cuanto le rodeaba. Trataba de imaginar cómo había sido la vida en un lugar tan fastuoso. Grandes cuadros colgaban de sus paredes y los muebles, todos de época relucían sin una brizna de polvo. Tenía las manos frías, particularmente la derecha, que por momentos parecía sentir como si el roce de otra mano apretara la suya. Sacudió la mano como queriendo desprenderse de ese algo que le oprimía. Se acercó a una vitrina de cristal reluciente, en su interior las copas de Bohemia hacían reflejar su imagen en cada una de las copas. Miró su mano derecha en aquel reflejo, junto a ella vió una pequeña mano muy blanca, era la mano de una niña de grandes ojos que observaba a través del cristal.
   Rocío, por unos instantes quedó quieta, después logró girarse nerviosa, pero no vió nada, movió su mano, asegurándose que nada le oprimía.
   Volvió a mirar la vitrina, solo vió su rostro confuso reflejado en el vidrio. Estaba sola en aquella sala, el grupo de visitantes con los que había entrado, había seguido al guía que con solemnidad iba explicando cada detalle del palacio.
   Rocío prefería ver las cosas más lentamente y detenerse a observar pequeños detalles que pudieran pasar desapercibidos a cualquiera. Junto a una puerta vió un enorme jarrón, a modo de ánfora, sus llamativos colores le hicieron acercarse. Trás en jarrón, acurrucada en el suelo, Rocío vió una niña de grandes ojos...
    - ¿Que haces aqui?, ¿Perdiste a tu mamá?.
   La niña no responsió, sólo tomó de la mano a Rocío, tiró de ella hasta una silla antigua, tapizada de rojo. Rocío se sentó en ella, y la niña saltó sobre sus piernas.
   -Tengo frío - fué lo único que dijo -.
   Rocío la abrazó, sintiendo el frío intenso de aquella niña, la abrazó para transmitirle todo el calor que corría por su sangre. Pero la niña seguía helada y pálida. Y Rocío empezó a sentir también como un frío lento le calaba los huesos.
   - Eres Raimunda, ¿verdad?, dijo Rocío con apenas un hilo de voz.
   La niña asintió con la cabeza y abrazó más fuerte a Rocío.
   - Mamá, mamá...
   Al día siguiente la noticia estaba en todos los diarios y en las cadenas de televisión:
   Encontrada muerta una mujer en el Palacio de Linares. Al parecer sufrió un infarto, pudo llegar hasta una silla donde falleció. La autopsia desvelará las causas reales de su muerte, pero todo indica que fué por causas naturales.
   Las cámaras de seguridad registraron las imágenes de la mujer con una niña de la mano, pero nadie, ni visitantes, ni vigilantes ni demás trabajadores del palacio habían visto a esa niña de grandes ojos, es más, aseguraban que ese día no entró ningún niño con los visitantes.
   La leyenda continúa...

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