miércoles, 28 de octubre de 2015

El monstruo

   Era actor, desde pequeño le gustó el arte dramático y ya en el colegio sobresalió interpretando pequeños papeles en obras de teatro infantil.
   Llevaba años esperando un papel que le encumbrara y le reconociera como actor consagrado. Pero su físico no le acompañaba. No era el clásico tipo guapo y fuerte a quien ofrecen papeles de galán. Había hecho películas de cine y participado en series de televisión, siempre como actor secundario. Pero lo que de verdad le apasionaba era el teatro, el contacto directo con el público.
   Por fín, un día recibió una oferta para protagonizar una obra de teatro. Debía interpretar a un monstruo despiadado, capaz de las peores atrocidades. Aceptó el reto, aunque no le auguraba mucho éxito a la obra. La caracterización le llevaba horas. Nadie diría que dentro de aquel monstruo peludo estaba Sam.
   La obra fué un éxito total. La única frustración de Sam era no poder mostrar su cara, sentía que el protagonista no era él sino el monstruo.
   Tal fué el éxito, que la representación se prolongó por un espacio de dos años, y siempre con lleno absoluto.
   Durante este tiempo, Sam fué sufriendo una transformación paulatina. Se sentía tan a gusto dentro de su personaje que poco a poco se fué identificando con él. Un día, al mirarse al espejo vió sus cejas más pobladas, luego fueron sus manos las que, día a día veía más peludas. Así, cada vez fué necesitando menos maquillaje para su transformación. Incluso su mirada ya no era la misma. Sus ojos eran cada día más inexpresivos, más propios de un animal salvaje que de un ser humano.
   De nuevo frente al espejo, Sam contempló su imagen, sus ojos estaban ahora inyectados en sangre. El monstruo le absorvía sin que él pudiera ni quisiera hacer nada. Sintió un mareo y un fuerte dolor de cabeza que le hizo perder el conocimiento.
   Se despertó sudando. Era de noche. Abrió la puerta y salió fuera, sintió el aire fresco. Respiró hondo. Luego caminó en dirección al parque, su paso era firme, seguro, como si a diario hiciera lo mismo, como si un oscuro ritual de sangre y muerte le estuviera esperando.
   Escondido tras un árbol acechó a  una pareja que se abrazaba en un banco. Miró a su alrededor buscando algo que le sirviera para acabar con ellos. Tomó una piedra enorme y acercándose por detrás, la levantó con ambas manos, golpeando la cabeza del chico repetidas veces, sin darle tiempo a reaccionar. Cayó fulminado mientras la sangre corría en un reguero.
   La chica solo tuvo tiempo de dar un primer grito. Sam le abrió el cráneo de un golpe seco. Los sesos le salpicaron a la cara. Soltó la piedra y huyó aturdido.
   Sam no era muy consciente de lo que había hecho. Al otro día lo recordaba como un sueño, como parte de la representación que hacía a diario.
   En principio ésto fué un hecho aislado que Sam recordaba con una mezcla de remordimiento y satisfacción. Era difícil convivir con esas dos sensaciones tan opuestas, una de las dos sobraba en su vida.
   Tras dos años y medio, por fín llegó la última función. El Teatro Marquina colgó el cartel de "no hay entradas". El lleno era absoluto. Los famosos y gente de a pié se entremezclaban, nadie quería perderse la última representación del terrorífico monstruo Kill.
   Sam estuvo realmente monstruoso en todos los sentidos. Toda la prensa alababa su actuación al día siguiente. La ovación final duró diez minutos, el público en pié aplaudió sin descanso hasta no sentir las manos.

   Pero Kill no estaba dispuesto a dejar de existir. Comenzó así una espiral de violencia que fué la continuidad de aquellos dos años y medio. Poco quedaba de Sam, su conciencia seguía peleando, hasta que Kill acabó con ella, como con tantas personas a quienes arrebató la vida por el placer de matar.
   Cada noche salía de cacería, elegía a sus presas al azar, y despiadadamente las asesinaba.
   Pronto saltó la alarma entre la población. Eran demasiados asesinatos en pocos días. La gente tenía miedo a salir de noche.
   Una cámara de seguridad de un banco, grabó uno de los crímenes, en un cajero automático. Un vagabundo dormía cuando fué brutalmente apaleado hasta la muerte. La policía pensó que algún loco spicópata se disfrazaba de monstruo, emulando a Kill, dada su fama. No pensaban que era el auténtico monstruo, que ahora ya no representaba un papel, sino que llevaba a la práctica todo lo aprendido de su personaje.
   La policía montó un dispositivo perimetrando toda la zona por la que se movía Kill. Dos mujeres policías servirían de cebo. Levantaron el capó del coche simulando una avería y esperaron...
Una de ellas hablaba por el móvil con un supuesto mecánico, explicándole lo que le había pasado y pidiendo una grúa.
   Pasaba el tiempo y las mujeres seguían representando lo mismo una y otra vez. Pero nadie aparecía. Hasta que ya bien entrada la madrugada, por detrás de unos árboles apareció una sombra.
   Los policías estaban estratégicamente colocados, cubriendo cada palmo de terreno. Solo esperaban la orden para intervenir.
   La sombra avanzó, dejando ver un rostro desfigurado y peludo. En la mano derecha llevaba un hacha de grandes dimensiones y aunque su paso era torpe, caminaba ligero.
   - ¡Alto! -dijo el jefe de policía-
   Kill se detuvo y miró a su alrededor. Desde todos los ángulos le estaban apuntando con sus pistolas. Miró uno a uno a los policías, sin temor, como queriendo elegir a su siguiente víctima. Levantó la mano derecha.
   - ¡No te muevas! -repitió el policía-
   Kill corrió en dirección al coche donde estaban las chicas, el hacha en alto, un grito desgarrador salió de su garganta tras caer abatido por las balas.
   - Por fin... por fin acabé también contigo... Sam... fueron sus últimas palabras.
  

No hay comentarios:

Publicar un comentario