miércoles, 17 de septiembre de 2014

La casita del árbol.

   Daniel era periodista y escritor, vivía en Londres. En sus vacaciones eligió un sitio tranquilo para descansar y terminar su último libro. Llegó a las Bermudas y alquiló un yate para desplazarse a las islas más tranquilas, lejos del bullicio de los veraneantes. Encontró una pequeña isla que parecía solitaria, se aproximó, ancló el yate y con un bote neumático se acercó a la orilla.
   Efectivamente la isla parecía solitaria, justo lo que buscaba. Se adentró a explorar un poco, había mucha vegetación. Al pié de un árbol vió una muchacha leyendo un libro.
   - ¡Vaya, ésto no es tan solitario como creía! - pensó -.
   Se acercó. La chica le contempló con mirada inexpresiva, como si le diera igual su presencia, sin sobresaltos ni sorpresa.
   - ¿Qué haces aquí?, ¿estás sola?.
   Ella no contestó, pero no dejó de mirarle, ahora con curiosidad.
   - Parece que hay más gente de la que pensaba por aquí. ¿Viniste con amigos?.
   La chica se levantó y señaló hacia arriba del árbol. Había una pequeña cabaña a la que se podía acceder por una escala hecha de cuerdas.
   Ella subió e hizo un ademán a Daniel para que le acompañara. Su ropa era de hombre y le quedaba bastante grande.
   Daniel subió con cuidado, la cuerda no parecía muy segura, estaba bastante gastada por el uso.
   Se sorprendió al llegar arriba. Todo estaba escrupulosamente limpio y ordenado. La casita solo tenía una pieza. La mesa era un tronco tallado a mano con sus respectivos taburetes. Le llamó la atención las estanterías llenas de libros ordenados en un riguroso orden alfabético, todos escritos en inglés.
   La cama era una colchoneta de playa.
   - Me llamo Daniel, ¿y tú?.
   Ella no contestó, pero miró el bolsillo de Daniel, del que asomaba un bolígrafo. Daniel lo sacó del bolsillo y se lo dió. Ella abrió la primera página del libro que tenía en la mano y escribió : Anna.
   Daniel dedujo que Anna era muda, pero al menos podría comunicarse con ella por escrito.
   Anna volvió a cerrar el libro, y algo cayó revoloteando hasta el suelo, parecía una fotografía. Daniel se apresuró a agacharse para recogerla.

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