sábado, 11 de octubre de 2014

La casita del árbol. (2).

   El avión despegó a la hora exacta del aeropuerto de Los Angeles. Fred mostraba a su hija cómo el paisaje se hacía cada vez más pequeño y lejano, hasta desaparecer. Ahora el avión parecía flotar sobre las nubes. La nlña agarraba fuertemente la mano de su padre para sentirse segura. Este viaje era su regalo de cumpleaños. Fred era un conocido productor cinematográfico, pasaba mucho tiempo fuera de casa, le había prometido a Anna un cumpleaños muy especial, sobre todo porque le iba a dedicar todo su tiempo a ella sola.
   La madre de Anna era una mediocre actriz de segunda fila, estaba rodando una película en Europa, por lo que no podía acompañarles.
   El avión llegó a su destino a la hora prevista. Un lujoso coche les estaba esperando para trasladarles al hotel. En el hall les esperaba la directora, que con un gesto hizo entrar un grupo de payasos que tropezaban con sus zapatos al andar. Desde arriba comenzaron a caer globos de colores que pronto dejaron el suelo como un mosaico multicolor.
   La fiesta fuė muy divertida. Todos los niños que se hospedaban en el hotel fueron invitados. Pero para Anna ėsto no era nada especial, estaba acostumbrada a estas cosas, así como a recibir toda clase de regalos. Ella sabía que el mejor regalo vendría después, y que era disfrutar de su padre.
   A la mañana siguiente, Fred alquiló un precioso yate en el que pensaba pasar el resto de las vacaciones junto a Anna. Dejó en el hotel su teléfono móvil, quería dedicar todo el tiempo a su hija sin que nadie les molestase. El tiempo parecía bueno y Fred ya conocía las islas Bermudas, tomó rumbo norte, el primer día quería enseñar a pescar a Anna, y él sabía dónde estaban los mejores bancos de peces.
   El mar estaba en calma, así Anna, con sus siete años recién cumplidos, pescó su primer pez. La sonrisa no le cabía en la cara. Su padre le abrazó y tomó en brazos dándole varias vueltas en el aire. Entre los dos pescaron más que suficiente para comer. A lo lejos el cielo comenzaba a verse de color gris oscuro, por lo que Fred pensó que sería mejor volver a tierra firme.
   La tormenta avanzó rápidamente y pronto la tuvieron encima. Las olas zarandeaban el barco, que quedó a su merced como una insignificante cáscara de nuez. Todo giraba como si estuvieran en el centro mismo de un huracán.
   El yate quedó encayado en unas rocas. Fred tomó a su hija en brazos con la única intención de salir de allí. Llovía tanto que apenas veía por donde pisaba. Se refugiaron en una especie de cueva entre las rocas hasta que amainó la tormenta.
   A la mañana siguiente salió el sol, no había ni rastro de la tormenta, todo estaba en calma, solo el yate permanecía encayado como única prueba de lo acontecido.
Fred acompañó a Anna a la playa y la sentó en la arena para que pudiera secarse al sol, mientras él volvió al barco para ver los daños ocasionados y buscar algo para comer. La maquinaria estaba destrozada y el motor partido en dos..., intentó conectar la radio pero tampoco funcionaba. Lo demás aunque revuelto parecía estar en buenas condiciones. Tomó un brik de leche y un paquete de madalenas y volvió a la playa junto a Anna.
   A pesar de la situación, Fred intentó mantener la calma, por tranquilizar a Anna y porque estaba seguro de que pronto les localizarían. Poco a poco desembarcó toda clase de objetos que quedaron esparcidos por la playa, todo podía serles útil.
   Tomó una rama seca y con ella escribió un SOS todo lo grande que pudo, luego cubrió las letras con los libros de la extensa colección de que disponía el yate, para que pudieran leer mejor su mensaje de socorro desde el aire.
   Pasaron los días, pero no vieron ningún avión sobrevolar la zona en su busca. Fred estaba nervioso y desmoralizado, pero no quería que su hija se diera cuenta y actuaba con naturalidad, como si esa aventura formara parte de las vacaciones.
   En los días sucesivos, Fred dedicó la mayor parte del día a construir una cabaña. Anna siempre quiso tener una casita en un árbol, era el momento de complacerla, y hacer un juego de aquella difícil situación a la que Fred no sabía cómo hacer frente. Su vida siempre había sido fácil y ahora debía demostrar a su hija cómo sobrevivir con la única ayuda de sus propias manos.
   Tardó un tiempo en concluir la casa pero no importaba, porque el tiempo ya no existía, talló a mano cada mueble, con delicadeza como si intuyera que ese sería su último hogar...
   Por último, recogió los libros de la arena, convencido ya de que nadie vendría a rescatarlos, y los fué colocando minuciosamente sobre las estanterías por orden alfabético.
   Anna sentía que aquello ya no era un juego, pero no decía nada, la resignación se apoderó de los dos.
   Fred pasaba horas leyendo libros a Anna e inculcándole a ella el placer por la lectura, quizás algún día ellos publicaran su propia aventura...
   Los días eran casi idénticos, por la mañana solían ir por agua a un arroyo cercano. El agua era transparente, pasaban mucho tiempo allí entre los árboles y la vegetación, la naturaleza les daba casi todo lo que necesitaban.
   Un día, Fred escuchó un ruido lejano, sonaba por encima de los árboles..., el sonido era cada vez más cercano, ¡parecía un helicóptero!. Rápidamente subió por la senda que conducía a lo más alto del acantilado. Sus pies sangraban por las heridas que le hacían las rocas, pero él no sentía dolor. Había una esperanza para salir de allí y no podía desperdiciarla.
   Llegó sin aliento a la cumbre, pero solo pudo ver alejarse el helicóptero que quedó reducido a un punto en el horizonte. Fred cayó hincando sus rodillas en las escarpadas rocas que le cortaron como un puñal, pero no sintió dolor, solo la desesperación de haber perdido la única oportunidad de salir de allí. Sus pies ya no podían sostenerle, se agarró como pudo a las resbaladizas rocas, con la mala suerte de perder el equilibrio. Cayó rodando unos metros hasta quedar al borde del abismo. Miró hacia abajo..., la vista se le nubló...
   Desde abajo Anna observaba. Su padre cayó al vacío, su cuerpo chocó contra las rocas desapareciendo entre las olas.

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